lunes, 5 de noviembre de 2018

Riesgos y desastres naturales son inherentes a la Ciudad de México

Mercado Sobre Ruedas

| Escenarios |
En opinión del investigador Damián Mora, las relaciones de subordinación permite seguir reproduciendo las estructuras sociales que actualmente se tienen en México, porque el gobernante en turno –responsable de las condiciones de vulnerabilidad y riesgo que tiene la población–, aparece como el héroe cuando sucede el desastre entregando despensas y dádivas, sin asumir la responsabilidad que tiene de velar por la población».

Para comprender el riesgo y el desastre es necesario entender la forma en que las
personas los perciben, dice el investigador del Conacyt
Jorge Damián Morán Escamilla
Las condiciones de la Ciudad de México al estar asentada sobre una cuenca cerrada mantienen el riesgo de sufrir inundaciones, debido a que no se tiene forma de sacar naturalmente el agua que cae de las precipitaciones, lo que propicia distintos grados de inestabilidad en los suelos que permiten que los sismos sean experimentados de manera intensa, señaló el investigador Jorge Damián Morán Escamilla, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.
De acuerdo con el especialista, en materia de protección civil se han creado cosas novedosas que están a la vanguardia internacional, pero la forma en que responde la población es una evidencia de que seguimos siendo los mismos de hace veinte, treinta o cuarenta años. «La población carece de las capacidades para enfrentarse a este tipo de situaciones», dijo.
«En la época colonial se planteó mover la capital hacia Puebla o hacia Coyoacán, que era una zona menos susceptible a inundaciones. Pero cuando lees los relatos de los historiadores, te das cuenta de que se mantuvo ahí por cuestiones políticas, ya que no se podía abandonar el espacio simbólico en el que se edificó una nueva ciudad sobre las ruinas de Tenochtitlan. Era necesario mantener la hegemonía, ya que se había invertido una gran cantidad de dinero en los edificios, y en términos económicos no era redituable construir la ciudad en otro espacio diferente», comentó.
Sin embargo, la situación histórica  contrasta con los testimonios de muchas personas que han sobrevivido no sólo a desastres relacionados con la ocurrencia de sismos y fenómenos hidrometeorológicos en la Ciudad de México, para quienes la movilidad y migración a otros espacios es difícil por cuestiones de disponibilidad de terreno y los altos costos que conlleva el cambio de residencia, dijo.
Autor del libro Escenarios de riesgos y desastres por sismos e inundaciones en la zona metropolitana de la Ciudad de México (Colsan-UAA, 2017), Morán Escamilla presenta un análisis novedoso en el que investiga las variables que posibilitan la recurrencia de los escenarios de desastres y riesgos en el centro de México, por sismos e inundaciones, así como sus capacidades de reconstrucción y recuperación desde el estudio de la complejidad de los espacios urbanos.
«Algunas imágenes –extraídas de una presentación realizada en un coloquio sobre los 30 años del sismo de 1985– muestran una casa que me encontré durante el trabajo de campo, con cuarteaduras donde la luz traspasa por ellas, y la persona que ahí vive te explica que su única opción de movilidad es irse a residir al estado de México. Esto, en promedio, representaría  dos horas y media de traslado de ida y vuelta con fines de trabajo, lo que significaría la pérdida diaria de cinco horas, que la persona no está dispuesta a perder por un fenómeno que ni siquiera se tiene la certeza de cuándo va a pasar», refirió el investigador.
Pasaron más de 30 años después de 1985 para que se presentara un evento sísmico semejante que permitiera replantear la constante situación de riesgo, indicó. «Los bienes materiales y los vínculos que nuestra sociedad teje con ellos por cuestiones de afectividad, en ocasiones circunscriben y limitan la movilidad de la gran mayoría de las personas ante estos escenarios», apuntó.
«A diferencia de la cultura norteamericana, donde las cosas se caen y se vuelven a edificar o reemplazar, nosotros generamos muchos vínculos con el espacio, el entorno, las personas, y eso hace mucho más complicado el irse», subrayó. A esta situación se debe agregar que de esos 20 millones que confluyen en la capital del país, cerca de 12 millones no viven en la Ciudad de México, sino en el estado de México, en la ciudad Pachuca o en el estado de Morelos, por lo que una parte de su vida está en la capital, durante el día, y la otra en casa, por la noche.
Para comprender el riesgo y el desastre es necesario entender la forma en que las personas los perciben: la construcción científica, política, cultural que cada sociedad realiza sobre ellos, así como las formas en que se materializa. Estas son dimensiones fundamentales que la investigación de Jorge Damián Morán permite comprender. Ello hace que la situación en la zona metropolitana de la Ciudad de México sea mucho más compleja de lo que se cree, por lo que su comprensión cabal necesita de otro tipo de enfoque, sobre las formas en que se puede construir socialmente el desastre y el riesgo ante una realidad caracterizada por la confluencia de amenazas múltiples.
La construcción social del riesgo y el desastre
Según información del Servicio Sismológico Nacional (SSN) y de otras fuentes, vertida en la investigación de Morán, en los últimos 100 años se presentaron 19 sismos en la Ciudad de México con magnitudes mayores a los siete grados. Cada uno con epicentros distintos, distancias variables y daños de diferente índole en momentos en que la población creció desde las 661 mil 506 personas que había en el año de 1907, a las cerca de 20 millones que habitaban la zona metropolitana en 2012, cuando un sismo de 7.4 grados afectó la línea A del metro.
Además de los otros 11 sismos menores o iguales a los siete grados de magnitud que también se han presentado de forma local en la Ciudad de México, y que no por ello dejaron de causar estragos en la población y su seguridad.
La falta de información es un gran problema, ya que existen muchas personas que desconocen sobre los riesgos que enfrentan, a pesar de existir registros sobre la vulnerabilidad estructural de inmuebles, y un padrón de Protección Civil sobre inmuebles y colonias en riesgo por sismos e inundaciones. Sin embargo, más allá de lo que el supuesto «sentido común» debería dictar en torno a la responsabilidad civil, la estructura social y cultural en la que nos relacionamos los mexicanos es otro factor clave en torno a la construcción cultural de los desastres y los riesgos.
«Hay una estructura de subordinación donde la población no participa de manera activa en la prevención –dijo el investigador–. Si tú ves el modelo de emergencia, observarás que la autoridad llega y repliega a la población, cuando la población también sabe qué hacer. Y si se les dotara de esa capacidad de acción y la autoridad fomentara la organización social, tendrían menos afectaciones y una población menos vulnerable. Ese es el modelo que tiene Cuba o Japón, por ejemplo».
Para el investigador, esa curva de 30 años de aprendizaje se perdió en gran medida por la conveniencia política que para el régimen del gobierno mexicano representa mantener a la población del país desorganizada y en relaciones de subordinación.
Según dijo, las relaciones de subordinación «permite seguir reproduciendo las estructuras sociales que tenemos. El gobernador –responsable de las condiciones de vulnerabilidad y riesgo que tiene la población–, aparece como el héroe cuando sucede el desastre entregando despensas y dádivas, sin asumir la responsabilidad que tiene de velar por la población».
De ahí que en muchas de las zonas de la Ciudad de México, el año pasado se empezaron a edificar inmuebles sin cumplir con las normas de construcción en materia de estructuras resistentes a los sismos. «Las autoridades responsables de supervisar que se cumpliera con las normas no lo hicieron», dijo.
«Más allá de la potencial corrupción y falta de ética en una parte del sector empresarial dedicado al desarrollo inmobiliario, que se sospecha por la caída de estructuras que habían sido entregadas en tiempos recientes, como aseguran algunos estudios de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), también se tiene una autoridad cómplice que contribuye a crear escenarios de riesgo y vulnerabilidad».
«Las conclusiones en el libro (redactadas antes del sismo de 2017) decían que ante un evento como el de 1985 se presentaría un escenario de desastre similar al de esa fecha y... me hubiera gustado equivocarme, pero lo que te muestra el 2017 es que si bien el evento no fue de la misma magnitud, hubo factores que lo volvieron una reedición de aquel septiembre de hace 30 años».
Con las inundaciones, que son un fenómeno diferente a los sismos y con una periodicidad recurrente y hasta predecible, ocurre algo no muy distinto porque las variables estructurales de la sociedad que coadyuvan a construir culturalmente los riesgos y desastres son las mismas.

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