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Se pide perdón cuando se es culpable, y al presidente lo traicionó el subconsciente |
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Un perdón ante las circunstancias adversas |
No es que haya llegado tarde el perdón que ofreció el
presidente Enrique Peña Nieto a la
sociedad mexicana por el escándalo de la adquisición de la «casa blanca» de
las Lomas, no; es que fue bastante el tiempo en que olímpicamente ignoró
–como lo hizo con la guerra del narco al comienzo de su administración al
pretender fingir que no pasaba nada grave en el territorio nacional– la
indignación de la población por el cínico desplante que significó, primero,
haber dejado sola a su esposa, Angélica
Rivera, para que protagonizara el culebrón mediático que significó la explicación
pública acerca de su presunta adquisición de la fastuosa residencia al grupo
Higa con el consabido conflicto de intereses, y después haber ordenado a Virgilio Andrade como secretario de
la Función Pública que montara todo un circo ramplón de presunta
investigación del caso, para que finalmente acabara por exonerarlo, y por
consiguiente subestimó todo ese tiempo la reacción de la encolerizada gente
por el dispendio evidente sin importarle la pobreza extrema en que viven 55.3
por ciento de compatriotas… El
ofrecimiento del perdón vino después de que el presidente constató el
enfurecimiento de la población y la reprobación de su gestión, luego de que
en las pasadas elecciones su partido, el Revolucionario Institucional, perdió
siete de las 12 gubernaturas que estuvieron en disputa el pasado seis de
junio, lo que prendió los focos rojos en el primer círculo de su gabinete, y
obligó a su principal oponente interno y el principal aspirante a conseguir
la candidatura presidencial en 2018, Manlio
Fabio Beltrones, a regresarle los bártulos de la dirigencia del partido,
del que se había apropiado aprovechando el desprestigio del mandatario y sus
secretario de Gobernación y de Hacienda… Esa fue la verdadera razón que llevó
a Peña Nieto a montar el tinglado
de la reflexión y del arrepentimiento al promulgar las leyes anticorrupción,
aunque para librar con decoro el apotegma de que un buen juez por su casa
empieza, tuvo el cuidado de aclarar que en efecto había cometido un error al comprar el inmueble –finalmente
ya no involucró a la «Gaviota» con el sobado cuento de que ella era la
original dueña de la casa blanca y
que la había comprado con los ahorros de lo que le pagaron en Televisa por
los teledramones en los que trabajó,
según dijo la primera vez–, y que siempre, en todo momento, él actuó conforme
a la ley… Llegó tarde, pues, el susodicho perdón, porque el presidente lo dio
cuando se encuentra empantanado en el descrédito popular y la reprobación casi
generalizada con respecto a su gestión, de acuerdo con los sondeos de opinión
de al menos el último año y, desafortunadamente para su causa, sin que se le
vea fin a la incapacidad preponderante en el gabinete, debido a su opaco
desenvolvimiento y los tropezones registrados en prácticamente todos los
rubros que debiera resolver de forma satisfactoria. Sobre todo cuando se la
pasa en el turismo internacional debido a la excesiva cantidad de viajes que
hace al extranjero acompañado de su familia (a la gorra ni quien le corra)… Aun cuando al malogrado José López Portillo no le funcionó aquel
primer perdón a los desposeídos y marginados en su toma de posesión, por no
haber acertado todavía a sacarlos de su postración, ni mucho menos le cuajó
en aquella lacrimógena representación del perdón a los pobres por el fracaso
de sus políticas sociales, que hizo seis años después en la función de su
último informe de gobierno y que los corifeos y paleros a sueldo –como
sucedió en el tinglado de Peña– le
aplaudieron a rabiar, y los más lambiscones del gabinete perlaron sus
cachetes en solidaridad con el perro
–así se apodó el propio Jolopo– (Defenderé el peso como un
perro),
el presidente actual no tuvo empacho en aventarse su propia versión del
perdón con el que buscó llegarle a la sensiblería popular, en un desesperado
intento por conseguir la conmiseración de incautos y sorprender –por qué no–
a potenciales electores, sobre todo cuando el próximo año vendrá la elección
de gobernador en el estado de México, su terruño, la patria chica del grupo
Atlacomulco –o Atracomulco, cual
satírica descomposición del nombre que aglutina a los más avezados priistas
del actual sistema político–, con el propósito de ver si amaina la tormenta
de críticas y señalamientos… Sin embargo, como reza el refrán popular de que
a los políticos ya no se les cree ni el bendito aunque lo estén leyendo en
misa, será muy difícil que al menos estos priistas del Pacto por México
recuperan la credibilidad y confianza de millones de desilusionados
compatriotas… Con excepción, claro está de las legiones de beneficiarios de
tarjetas Monex y las consabidas despensas, como las hay en todos los partidos
políticos –sin omitir al del rayo de
esperanza por supuesto–… Lo cierto es que con su perdón, Peña mostró el camino a todos
aquellos que en el desempeño de un cargo público caigan en sospecha de desvío
de recursos o de enriquecimiento bastante más que explicable, para salir del
atolladero y librar las leyes anticorrupción. Porque les bastará con pedir
perdón para acabar con las suspicacias y no será necesario enfrentar ningún
juicio, ni poner un fiscal anticorrupción del tipo de quien fungió como bufón
del gabinete, Virgilio Andrade…
Las leyes anticorrupción por lo visto aplicarán siempre y cuando los
señalamientos o acusaciones en contra de una figura pública que desempeñe o
haya desempeñado algún cargo, provengan de una instancia oficial o de una
figura reconocida por el sistema político, y no de un comunicador como Sergio Aguayo, quien ahora enfrenta
una demanda por daño moral del ex gobernador coahuilense Humberto Moreira, eximio protegido del régimen peñanietista y a quien incluso
tuvieron que rescatar de la justicia española luego de que había sido
aprehendido por lavado de dinero (La detención de Moreira
en España por lavado de dinero)… Por lo pronto, los golpes de pecho del presidente en la puesta en
marcha del Sistema Nacional Anticorrupción, no sólo causaron efecto en sus
aliados del Pacto por México, el senador Roberto
Gil, del Partido Acción Nacional, y del diputado federal Jesús Zambrano, sino en la versión
rediviva de una Marilyn Monroe
mexicana, representada por Isabel
Miranda de Wallace, quien le cantó las Mañanitas al término de la inauguración de un foro de equidad
para las víctimas en el debido proceso, con lo que confirmó que como en el
sistema político mexicano, como en botica o tianguis público, hay de todo… El caso es que la
telenovela de Peña con su famoso
perdón tuvo que ser difundida con profusión por todos los concesionarios de
los medios electrónicos de comunicación, como retribución no escrita a
preservar sus privilegios, aunque ciertamente para poder salir del fondo del
barranco de la reprobación a su anodina gestión le faltaría ofrecer una larga
serie de perdones, tantos como las pifias y desaciertos que lo han
estigmatizado, derivados de la fallida respuesta del gobierno en la guerra
del narco, el fracaso de sus reformas dizque estructurales y la maquillada de
cifras vía los improvisados y lacayunos acomodadizos del Inegi para inventar
una prosperidad que la mayoría de la población no ve por ningún lado… Al
tiempo.
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