| Puesto de tacos que emplea a haitianos en Tláhuac Fotografía Excélsior |
Cargadores, vendedores
ambulantes, albañiles, lavadores de autos, peluqueros y meseros, son algunos
de los distintos oficios que miles de migrantes haitianos realizan para
subsistir en México.
«Yo estoy vendiendo verduras,
que no son mías, son del patrón. Dependiendo de la venta, me paga. Me fui de
mi país por la mafia, la inseguridad, porque hay mucho criminal allá. Quiero
bienestar en mi vida y por eso es que me vine aquí», relató José, originario
de Haití y quien lleva ya cinco meses en la Ciudad de México.
«A mí me gusta el trabajo,
tengo 27 años y sólo le digo a Dios: ‘¡Dame fuerzas!’ Aquí han sido muy
buenos conmigo y me han apoyado mucho dándome trabajo», contó Blay, quien
lleva tres meses trabajando en una tienda de abarrotes, en la Alcaldía
Tláhuac.
De enero a agosto de 2023
fueron 77 mil 519 las solicitudes de asilo que recibió la Comisión Nacional
de Ayuda a Refugiados (Comar). De ese total, 18 mil 883 (24%) fueron de
migrantes haitianos, estimando que cada día ingresan por la frontera sur
entre 250 y 300 personas procedentes de ese país, quienes ahora habitan en
distintas partes de México.
Al menos en la Ciudad de
México, en las alcaldías Tláhuac e Iztapalapa es donde hay más población de
migrantes haitianos, sobre todo en campamentos a los que ya se les conoce
como «El pequeño Haití».
El propósito de todos y cada
uno de ellos es el mismo: tener una mejor calidad de vida. Aunque para
algunos su objetivo sigue siendo concretar el llamado sueño americano y
entrar a Estados Unidos, para otros México es la mejor opción para tener
desarrollo y oportunidades.
Tras un largo camino y muchas
dificultades, se han instalado aquí para trabajar y después, en algún
momento, poder traerse a su familia.
«Hace dos meses llegué a
México, pero mi intención no es quedarme aquí, quiero irme a Estados Unidos»,
dijo Elda, quien vino acompañada de su hija de ocho años. Actualmente rentan
un cuarto en Tláhuac, pero su situación ha sido difícil, sobre todo por la
barrera del idioma, ya que la niña sólo habla francés y Elda se hace entender
con un poco de español.
«Mi deseo es llegar a Canadá
a ver a mi familia, sobre todo a mi hermana. Tengo como 16 años que no los
veo y es lo que más deseo porque los extraño mucho. Por eso salí de mi país,
para poder tener una mejor calidad de vida porque en Haití está muy difícil»,
lamentó Blay.
Sin embargo, la necesidad de
los migrantes les ha permitido a varias personas enriquecerse a costa del
trabajo de otros; al menos en la Ciudad de México las condiciones de vivienda
que les ofrecen son muy malas y, sobre todo, caras, llegando a pagar hasta 12
mil pesos por un pequeño cuarto en el que ni siquiera tienen camas. La
mayoría duerme en el suelo o, si bien les va, en colchonetas.
También hay quienes les
rentan más barato o les prestan el patio o jardín de sus casas para que ahí
coloquen sus casas de campaña y puedan dormir.
«Hay gente muy buena, pero la
vivienda no está bien. Los mexicanos nos rentan un cuartito para seis o diez
personas y cada uno paga mil pesos. Eso no está bien porque nosotros no
podemos pagar eso», dijo Nickelson, quien llegó al país hace cuatro meses
acompañado de su esposa y su hija.
Como no ha podido conseguir
trabajo, su familia le está enviando dinero desde Haití con la intención de
que después él pueda recuperarlo y traerse a sus padres y hermanos desde su
país de origen.
La ayuda de los vecinos no se
limita a darles trabajo o cederles espacios, pues también les permiten pasar
al baño o los invitan a comer.
«Ayudándonos, porque ellos
también tienen necesidades. Todos somos seres humanos y necesitamos de los
otros. Me da gusto que ellos nos entiendan y darles un trabajo», señaló
Rosita Yahuitl, quien tiene un puesto de alimentos en el tianguis de Cananea,
en Tláhuac, y emplea a haitianos.
Blay ha podido trabajar en la
tienda gracias al apoyo de Jacqueline Iturbe, dueña del negocio y quien junto
con su esposo se ha preocupado por brindarles apoyo de distintas maneras.
Ahí, los haitianos pueden encontrar alimentos como los que consumen en su
país y, de esta manera, sentirse como en casa.
«Mi marido surte en la
Central de Abasto y no es tan común (lo que comen) como el plátano verde,
yuca, camote, el tan famoso calalú, berenjenas, poros; es lo que ellos nos
piden o es lo que él trata de ofrecerles, ya que consumen muchas verduras,
90% de su alimentación es verdura. Así que nosotros tratamos de ofrecerles
mejores precios, ya que en otros lados se los venden muy caros y nosotros, al
contrario, tratamos de apoyarlos», dijo la mujer.
Por otro lado, hay quienes
están inconformes ante esta situación, ya que consideran inhumano que los
migrantes estén acampando en la calle, pero además aseguran que se sienten
inseguros.
«Sí dan un poco de mal
aspecto sus casitas de campaña, por la higiene. Sabemos que todos tenemos
necesidades e incluso su país es más pobre que el de nosotros, pero habría
que ver qué hacer con eso y poner un límite. Desgraciadamente México es paso
para Estados Unidos, vienen todos, pasan por acá y aunque la gente ha tratado
de ayudarlos, muchos han respondido mal, robando o situaciones que ponen en
peligro a la gente», aseguró la señora Silvia Cuéllar, quien visita
constantemente la zona.
«No tienen en dónde hacer sus
necesidades. Ellos están sufriendo igual que nosotros, cada uno en su forma»,
dijo la señora Verónica Villegas, vecina de la Unidad Habitacional Villa de
los Trabajadores, en Tláhuac.
Ante esta situación, nadie
quiere trabajar vigilando la unidad, por lo que tanto ella como otras vecinas
tienen que resguardar el área las 24 horas del día, lo que, asegura, las pone
en riesgo.
Los migrantes han escapado de
su país, se han visto obligados a vivir en condiciones precarias en México,
buscando día a día qué comer, dónde dormir, cómo generar dinero y también
intentando ser aceptados, ya que muchos han sufrido racismo.
Ante esta situación,
mencionan que lo único que piden a los mexicanos son oportunidades para
crecer profesional, económica y emocionalmente, pues no es nada fácil dejar a
sus familias, su país y su cultura para emprender este caminar, sobre todo si
son excluidos en los países por donde transitan.
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Fuente: Excélsior
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