| El árbol de hule |
Atrás quedaba la escandalera de la feria, Gus y Amelia caminaban de
noche por Avenida Cuitláhuac y al llegar a Prolongación Avenida Tláhuac dieron
vuelta a la izquierda, su objetivo era llegar a la sucursal de Telmex para
tomar un microbús que los llevara a Zapotitlán.
Prefirieron caminar parea no pagar los cuarenta pesos que cobraban los
mototaxis por cubrir ese trayecto de la esquina del edificio de la alcaldía a
Reforma Agraria.
Sin embargo, al pasar debajo de un frondoso árbol –de hule hevea o
árbol del caucho (Hevea brasiliensis
Muell Arg)– les cayeron encima dos pelafustanes, literalmente. Estaban
parapetados arriba del árbol y como era de noche y ahí la luz brillaba, sí,
pero por su ausencia, no pudieron advertir lo que se les iba a venir encima.
Los asaltaron. Con navaja en mano les quitaron a los dos sus teléfonos
celulares y cien pesos que él traía, a ella con el pretexto de bolsearla la
tocaron y le quitaron puro cambio.
Sin dinero para pagar el pasaje en el micro tuvieron que caminar hasta
Zapotitlán.
La vecina de la casa donde los muchachos fueron asaltados supo del
atraco y fue a la alcaldía a solicitar que alguien de ahí, del área que le
correspondiera, fueran a talar el árbol, porque además la raíz del mismo le
estaba levantando la banqueta.
Le dijeron que sí, que con mucho gusto, que tenía suerte de estar en el
renacer de Tláhuac y que se sentara a esperar a que fueran del área de
parques y jardines a tirarle el árbol.
Pero nadie de la alcaldía se paró por ahí. | Así luce la peligrosa trampa peatonal |
Dicen vecinas del lugar que fácilmente ya se han ido de bruces unas dos
señoras y un chamaco ahí donde la banqueta está levantada, sobre todo en la
noche porque no se ve el peligroso desnivel en el piso.
El chamaco no, ese se tropezó y se abrió la cabeza pero por ir con el
celular en la mano y no se fijó del pedazo de cemento que apuntaba hacia
arriba. | Lo malo para quien camina por ahí es que de noche no se ve |
Han pasado seis meses desde que la señora fue a pedir muy correcta que
le fueran a tirar el árbol y no ha pasado nada. Hasta ha querido contratar a
alguien para que vaya a darle su podada cuando menos.
Pero no faltó quien la hiciera entrar en razón.
«¡Uy!, ni se le ocurra», le advirtieron. «Si quiere tener a los de la
alcaldía aquí, verá cómo en cuanto le serruchen una ramita al arbolito le van
a caer los del jurídico para extorsionarla por ecocidio. Quien sabe cómo le
harán, pero apenas alguien va a hacer algo afuera de su casa y de inmediato
le caen porque no fue a sacar el permiso para hacerlo».
La señora no tuvo más remedio que confiar en que algún día los
beneficios del renacer de Tláhuac la van a alcanzar y alguna cuadrilla de
trabajadores la visitará un día para derribar el árbol que tanto problema
ocasiona a la gente.
Sólo habrá que confiar en la transformación.
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