Mercado Sobre
Ruedas
|
|||
«El único medicamento
que no falta en mi casa es el ibuprofeno, no es que me ayude mucho a calmar
la migraña, pero algo logra. Después de mi experiencia en los estudios de
bioequivalencia siempre busco el genérico, incluso pregunto por el más
barato. Pero mi prima solo compra Advil®, ningún otro ibuprofeno le gusta.
Siempre busca la cápsula roja, la de gelatina blanda. Se podría decir que
padece de lealtad a la marca».
Las farmacéuticas
conocen este fenómeno y lo aprovechan. De hecho, al contrario de lo que podría
pensarse, cuando salen las versiones genéricas al mercado, el medicamento de
patente sube de precio.
El laboratorio que
patenta y desarrolla un fármaco tiene derecho a venderlo en forma exclusiva
por 20 años. La farmacéutica gasta entre siete y 12 años de este periodo en
las fases de investigación del medicamento, pero le quedan alrededor de 10
años de venta monopólica. Esto le da una ventaja sobre los fabricantes de
genéricos: su producto acumula años de publicidad y muchos consumidores no
cambiarán de marca aunque se oferten medicamentos más baratos.
La investigadora
especialista en economía de la salud, Mariana Barraza Lloréns, colaboró en un
estudio para la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) y observó
que el precio de los medicamentos innovadores aumenta ligeramente con la
entrada de los genéricos. En promedio, a los seis meses de que el primer
genérico entra al mercado, su equivalente innovador eleva su precio 2.4 por
ciento. Después de esto, el precio comienza a disminuir, hasta que a los 24
meses se acerca a su precio original, 0.4 por ciento más elevado.
Esto sucede incluso
cuando el mismo laboratorio produce el medicamento innovador y el genérico. A
pesar de que los medicamentos que produce son iguales, la farmacéutica sube
el precio de uno de ellos, pues sabe que existe una fracción del mercado que
seguirá pagando por él, sin importar cuánto cueste. En la ciencia económica
esto se llama discriminación por tercer grado.
Gracias a la lealtad a
la marca, a la desconfianza en los genéricos y a que los médicos no tienen la
obligación de usar el nombre genérico de un medicamento al prescribir, las
farmacéuticas pueden cobrar distintos precios según la capacidad de pago y
las preferencias de los consumidores.
La marca es tan
importante para algunas personas que en el mercado existen los genéricos de
marca y los genéricos sin marca. Los primeros le apuestan al uso de un nombre
distintivo y a la publicidad para posicionar su medicamento en el mercado;
los segundos no consideran rentable promover una marca y prefieren competir
para venderle al sector público o a la porción de la población que es más
sensible a los precios bajos que al nombre del producto, explica Mariana
Barraza.
Cuando se comparan los
precios de todos los genéricos contra los medicamentos de patente, los de
patente son 5.5 veces más caros, pero cuando se comparan los medicamentos
genéricos sin marca, contra los medicamentos de patente y los genéricos de
marca, los segundos son siete veces más caros.
Ahorro para los servicios públicos
de salud
Una persona puede
ahorrarse hasta 600 pesos al comprar un antibiótico genérico, pero los
organismos públicos de salud, como el Instituto Mexicano del Seguro Social
(IMSS), pueden ahorrarse mucho más. Como parte de sus investigaciones sobre acceso
a los medicamentos en México, Daniela Moye Holz reportó que gracias a la
compra de genéricos, de 2013 a 2015, las instituciones públicas de salud
ahorraron 10 mil 863 millones de pesos.
Cuando el sector público
compra medicamentos, por ley debe elegir los que tengan más de un fabricante,
es decir, los que tengan genéricos, a menos que la única opción farmacológica
sea un medicamento protegido con patente.
Aun así, el Estado
mexicano gasta 27.2 por ciento de su presupuesto para salud en medicamentos.
Este gasto es el segundo más alto de entre los países de la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Esto puede deberse a que se
compran muchos medicamentos o a que se compran caros. Al comparar con otros
países, los especialistas sugieren que en México los precios de los
medicamentos son altos, explica Daniela Moye, que realiza su doctorado en la
Universidad de Groningen, en Países Bajos.
Por otro lado, la joven
investigadora ha encontrado que los precios de los medicamentos oncológicos
en el país son muy parecidos a los de Europa o Estados Unidos, pero cuando se
toma en cuenta el nivel de ingreso de los ciudadanos, a los mexicanos les
cuestan mucho más.
Son buenos pero no los
consumimos
También sucede que en
México el precio de los medicamentos genéricos no disminuye tan drásticamente
como en otros países. Según la Cofece, al año de que entra el primer
genérico, en nuestro país se da una reducción de 28.6 por ciento del precio,
pero en la Unión Europea la reducción es de 40 por ciento.
Los fabricantes de
genéricos pueden comenzar sus procesos de fabricación desde tres años antes
del vencimiento de la patente, esta es la razón de que en Estados Unidos se
tengan genéricos desde el día uno de vencida la protección.
Pero los genéricos
parecen tener mayores dificultades para llegar al mercado mexicano. Por
ejemplo, al año de haber vencido la patente, en México existen en promedio
2.8 competidores por medicamento innovador, pero en ese mismo periodo, en
Estados Unidos, ya hay 10.1 fabricantes que compiten con las medicinas más
vendidas.
Además, pasados dos años
de la entrada del primer genérico al mercado mexicano, solo 21.4 por ciento
de los medicamentos que se compran son genéricos, mientras que en el vecino
del norte hasta 89 por ciento de los medicamentos que se compran son
genéricos, en Canadá, 74 por ciento y en Holanda, 62.1 por ciento.
Hablando del impacto que
esto tiene en los consumidores, la Cofece estima que si se lograra que la penetración
de los genéricos en el mercado se duplicara y pasara de 21.4 a 42.8, las
familias mexicanas se ahorrarían dos mil 552 millones de pesos al año.
¿Por qué son tan caros
los medicamentos de patente?
Las patentes tienen un
propósito, Gilberto Castañeda Hernández, investigador en el área de
farmacología del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav)
del Instituto Politécnico Nacional (IPN), las reconoce como una forma de
premiar la inventiva y el gasto que realiza una farmacéutica, que por 20 años
será la única con derecho a comercializar el nuevo fármaco.
Pero la patente no se
tramita cuando el medicamento está listo para venderse, eso sería muy
arriesgado. Alguien más podría diseñar la misma molécula o la información
sobre la innovación podría filtrarse y ser patentada por alguien más. Por
otro lado, si se patenta muy pronto el proceso de desarrollo del medicamento
podría tardar demasiado y las farmacéuticas perderían años de monopolio en el
mercado.
Para que un nuevo
fármaco llegue al mercado, antes se estudiaron y descartaron aproximadamente
10 mil moléculas. Este proceso, que va desde las primeras ideas hasta la
producción de la primera unidad de medicamento, toma entre 10 y 12 años y
cuesta más de 800 millones de euros, según la página web de la farmacéutica
Pfizer, España.
Si en promedio, después
de haber patentado una molécula, las farmacéuticas tardan de 10 a 12 años en
desarrollar un medicamento y les quedan de 10 a ocho años de exclusividad en
el mercado, en ese tiempo la industria tiene que recuperar su inversión y
generar ganancias.
En realidad, ¿cuánto
cuesta desarrollar un nuevo fármaco?
Mariana Barraza ha
trabajado como economista de la salud por más de 20 años y ha encontrado en
la literatura científica que para desarrollar un medicamento, las
farmacéuticas tardan ocho años, en promedio, después de haber patentado. El
tiempo que les queda para vender en forma exclusiva es su licencia efectiva,
el periodo de explotación del medicamento, y dura aproximadamente 12 años.
«La industria se queja de que estos 12 años son muy
pocos para recuperar la inversión, pero otras instancias consideran que es
suficiente, sobre todo por los precios que imponen en el mercado durante ese
periodo».
Vinay Prasad y Sham
Mailankody no tienen duda de que la inversión se recupera y con creces,
incluso con ganancias desmedidas. Los investigadores de la Universidad de
Salud y Ciencias de Oregón, en Portland, y del Centro Oncológico
Conmemorativo Sloan Kettering, en Nueva York, publicaron en noviembre de 2017
un artículo en el que analizan el costo de investigación y desarrollo y el
tiempo que tomó desarrollar 10 medicamentos contra el cáncer.
Lo que encontraron fue
que desarrollar un medicamento oncológico tomó en promedio 7.3 años y costó
648 millones de dólares.
En promedio, después de
cuatro años en el mercado, las ganancias totales de los 10 medicamentos eran
de 67 mil millones de dólares. La inversión conjunta que se había hecho era
de siete mil millones de dólares. Además, todavía les quedan, en promedio,
8.3 años para generar ganancias exclusivas.
De manera individual,
dos medicamentos ya habían generado 10 veces más ganancias que la inversión
en investigación y desarrollo, en uno y cuatro años de venta.
Estudios sobre
medicamentos en general han llegado a calcular hasta en mil 395 millones de
dólares el costo de desarrollo de un nuevo fármaco. Pero también se ha
reportado el gasto en 320 millones en una investigación de la organización
Public Citizen. Estas diferencias hacen pensar a los autores que hay una
falta de transparencia en las cifras sobre el verdadero gasto de las
farmacéuticas en investigación y desarrollo, pues su información, por
fármaco, no es de acceso público.
La inversión pública
No solo la industria
farmacéutica invierte en el desarrollo de nuevos medicamentos. Los gobiernos
también lo hacen a través de las universidades y los centros de
investigación. De hecho, un estudio que realizaron científicos de la Escuela
de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos, reportó que
entre 2010 y 2016, el desarrollo de todos los nuevos fármacos había sido
apoyado directa o indirectamente por dinero del gobierno de Estados Unidos.
Calcularon que la
inversión pública por medicamento innovador podía llegar a los 839 millones
de dólares. El 89 por ciento de este dinero era utilizado para investigación
básica relacionada con las posibles formas de atacar una enfermedad y 11 por
ciento, directamente para el desarrollo o seguimiento de medicamentos
aprobados por la autoridad sanitaria.
Alargar el monopolio
Cuando el tiempo de una
patente termina, los genéricos pueden salir al mercado y el monopolio debería
transformarse en libre competencia. Pero las farmacéuticas buscan mecanismos
para que los privilegios de haber desarrollado el medicamento les duren el
mayor tiempo posible. La Cofece tiene bien identificados los mecanismos que
utilizan para alargar su tiempo de monopolio y los explica en el estudio en
que colaboró Mariana Barraza.
Las dos principales
formas con que las farmacéuticas abusan de la propiedad intelectual es
mediante el agrupamiento de patentes y mediante las moléculas siempre verdes.
El agrupamiento de patentes consiste en ir registrando diferentes patentes
para el mismo fármaco conforme se va desarrollando, entonces un medicamento
suele tener más de una patente, ya en 2005 las drogas más vendidas tenían
hasta cinco patentes, y ese número ha aumentado desde entonces. En casos
extremos, se intenta patentar un medicamento que ya se vende pero para
utilizarlo en una enfermedad diferente, explica la investigadora.
Lo que sucede con esto
es que los productores de medicamentos genéricos tienen que contratar
abogados para asegurarse que pueden fabricar en cuanto la primera patente
venza. Esto causa incertidumbre y eleva los costos para los competidores,
porque los dueños de la patente demandan al instante, aunque su demanda no
tenga base, para comenzar un juicio y retrasar la salida de los genéricos.
Por otro lado, Ricardo
Páez Moreno, médico y doctor en bioética, sabe que no todos los productos de
patente son una panacea y no todos son realmente nuevos. Muchas veces se
patentan modificaciones menores a una molécula para mantenerla «siempre
verde». El nuevo medicamento puede no ofrecer una
ventaja sobre el anterior, pero mediante publicidad las farmacéuticas tratan
de convencer de que es mejor.
En ocasiones es difícil
definir si la modificación en verdad ofrece un beneficio a los pacientes,
pero existen casos extremos reportados en la literatura científica, como el
del medicamento para el asma Combivent® Respimat®. Los principios activos de
este medicamento son el salbutamol y el ipratropio, que fueron patentados en
1972 y 1970, respectivamente. Pero hasta 2016 el medicamento seguía teniendo
17 patentes que irán expirando hasta 2028. Es decir, la farmacéutica
Boehringer tendrá alguna forma de protección sobre el producto por 58 años.
Por último, las
farmacéuticas que tienen una patente pueden simplemente llegar a un acuerdo
con los productores de genéricos y pagarles por mantenerlos fuera del mercado
un tiempo. Esta práctica se ha reportado en Estados Unidos y la Unión
Europea, y afecta a los consumidores, pues tendrán que pagar un precio alto
mientras no entren los genéricos al mercado, como lo expone la Cofece.
Las enfermedades olvidadas
Las grandes
farmacéuticas diseñan sus experimentos en los países de alto ingreso, pero
realizan los estudios clínicos, para probar sus nuevas moléculas, en todo el
mundo. Ricardo Páez, que también es miembro del Programa Universitario de
Bioética de la UNAM, considera que esta práctica se hace a expensas de la
medicina pública de los países de mediano y bajo ingreso.
El problema es que las
farmacéuticas no buscan la participación de los investigadores mexicanos como
colaboradores en sus proyectos, simplemente les dan un procedimiento que
tienen que seguir al pie de la letra, ocupando el tiempo de los
investigadores del país, con pacientes del país, utilizando las instalaciones
y los materiales del país. Para Ricardo Páez, eso es más un encargo de
maquila que una colaboración científica.
El investigador no niega
que las instituciones se benefician y reciben un pago por colaborar con las
farmacéuticas, pero considera que la ganancia se pierde cuando se obtiene un
producto exitoso y las grandes compañías fijan precios altos, fuera del
alcance de la mayoría de las instituciones donde realizaron la
experimentación.
En su experiencia,
incluso hay estudios en que las farmacéuticas no garantizan el fármaco a los pacientes
con quienes se experimentó.
«Los beneficios a los que tienen derecho los
pacientes por haber participado en una investigación normalmente son muy
pocos. Uno de ellos debería ser el famoso derecho a la molécula exitosa.
Antes estaba señalado en el párrafo 30 de la declaración de Helsinki, ahora
es el 34: cuando una molécula es exitosa, los sujetos de investigación tienen
derecho a recibir ese tratamiento de manera gratuita. ¿Cuánto tiempo?, allí
están los debates, pero ya al menos tener conciencia de que existe el derecho
sería un paso. En México nunca se respeta este derecho y es rarísimo que se
respete en otras partes del mundo. Eso está reportado en la literatura
bioética, incluso con casos del año pasado»
Otro problema es que la
investigación dirigida desde países de alto ingreso se enfoca en resolver las
necesidades de esos países, y las prioridades de las naciones de menores
ingresos quedan descuidadas. De allí que existan las enfermedades olvidadas o
enfermedades tropicales desatendidas como el dengue, el paludismo y el chagas,
que sólo en América Latina y el Caribe ponen en riesgo por lo menos a 250
millones de personas.
Atender estos
padecimientos daría muy pocas ganancias económicas a las farmacéuticas, pues
ni los enfermos ni sus gobiernos tienen con qué pagar los medicamentos.
“Donde no hay rentabilidad no se invierte”, dice Ricardo Páez.
El equilibrio
Médicos, farmacólogos,
economistas y eticistas (que estudian o investigan ética) coincidieron en que
es justo que las compañías obtengan ganancias por las innovaciones que
desarrollan, y que proteger la propiedad intelectual mediante las patentes es
necesario para incentivar la investigación sobre nuevos medicamentos. El
trabajo que realizan es arduo y debe recibir una recompensa.
Pero para Ricardo Páez,
los tratados internacionales y las regulaciones nacionales actuales han
puesto la propiedad intelectual sobre el derecho a la salud, y eso violenta
el artículo número 25 de los derechos humanos.
Como médico y
farmacoepidemiólogo, Rafael Figueroa Morales considera que para evitar esta
situación los gobiernos deberían ser un contrapeso frente a las grandes
compañías farmacéuticas, que tienen un enorme poder y han sabido manipular
las leyes y las condiciones de cada país para su beneficio. Entonces se
tienen medicamentos a precios inaccesibles para la mayoría.
Y aunque el derecho a la
salud, desde la perspectiva de los derechos humanos, debería estar por encima
de la protección de la propiedad intelectual, en la práctica los dos derechos
son igual de importantes, porque tienen objetivos muy diferentes, explica
Mariana Barraza. No hay que olvidar que las patentes premian la generación de
un conocimiento útil para toda la humanidad, que todos los detalles sobre la
invención deben publicarse y cuando la patente vence, la información se
vuelve un bien público.
«Entonces quizá no es un beneficio en términos de
cómo está registrado el derecho a la salud, pero también es un beneficio y
más que hablar de una y otra tendríamos que hablar de cómo se tienen que
equilibrar y cómo una no debe atropellar a la otra».
La línea que separa
ganancia justa de lucro desmedido es borrosa. Al final del día nadie puede
trabajar gratis, pero si el acceso a los medicamentos depende solo del gasto
de bolsillo, ¿quién en México podrá pagar por su salud?
Fuente: Conacyt
|
viernes, 27 de abril de 2018
Patentes y medicamentos, el lucrativo mercado de la salud
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario