En una de esas ocurrencias que un mesías como López
suele tener en su ambición por el poder, contempló amnistiar a los
cabecillas de los cárteles de la droga en caso de ganar la presidencia, y sólo
hasta entonces en el aparato gubernamental decidieron írsele encima, siendo
que ningún figurín de alto o medio pelo jamás había puesto el tema de la
guerra del narco en la agenda pública.
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Escenario de narcogobierno en Tláhuac |
Luego
de que en su administración como presidente de la República Felipe Calderón desató la guerra
contra los cárteles del narcotráfico en México, con su peculiar maniobra de «al
chilazo» (esto es, sin ninguna labor de inteligencia previa, sino al a’i se va), el sentir generalizado de
la población fue que sólo con el regreso de alguien del PRI a la presidencia
el problema de la inseguridad podía aminorar. Quizá ya no regresar a los
niveles que se tenían de paz social hasta antes del calderonato, pero sí se llegó a considerar la posibilidad de recuperar
algo de la relativa tranquilidad que se respiraba en las ciudades… Incluso se
llegó a suponer que como en los regímenes priistas del pasado fue donde se
habían consolidado las bandas del narcotráfico –desde los años cincuenta
incluso–, con un presidente surgido de ese partido era posible entenderse con
los mafiosos para que todo volviera a la normalidad y se acabara de una vez
con la guerra, franquiciándoles rutas y territorios… De ahí que con esa
suposición muchos electores sufragaron a favor de Enrique Peña Nieto, sobre todo en aquellas entidades donde la
violencia espantaba al más pintado, aun cuando éste como candidato jamás se había
referido al tema de la guerra del gobierno contra los cárteles de la droga…
Así que cuando Peña ganó la
elección y asumió el cargo, lo primero que hizo fue ignorar el calvario que
sufrían millones de mexicanos por la violencia brutal que tenía lugar
principalmente en las entidades del Norte de la República, para sorpresa de
todo mundo. Para él y sus colaboradores, sobre todo el secretario de
Gobernación, en México no había guerra y por consiguiente la ignoraron en sus
discursos y hasta en sus acciones… Las fuerzas armadas, ciertamente,
continuaron con el presunto combate a las bandas del crimen organizado, al
menos en apariencia y como para generar esa percepción entre los habitantes
del altiplano central. Porque en la realidad, era tan notorio que algo
extraño sucedía en la susodicha guerra, cuando uno veía que en alguna
carretera del norte se cruzaban el convoy de sicarios conformado por doce o
más vehículos muy bien pertrechados con armas de grueso calibre, y en sentido
contrario circulaba la caravana compuesta por unidades y elementos del
ejército, y en lugar de confrontarse a balazos como cualquiera supondría, no
pasaba absolutamente nada y cada quien seguía su camino… Por un par de años Peña trató de aparentar ante el mundo
que en México había paz mientras las balaceras y ejecuciones con el
consiguiente saldo de víctimas inocentes se daba en múltiples frentes, ante
la desesperación de la gente que comenzó a ver que la situación por desgracia
empeoraba… Sólo fue hasta que la violencia trascendió al exterior que el
presidente comenzó a hablar de ésta, pero sin mencionar nunca la palabra guerra, mientras los casos de
corrupción sobre todo en gobernadores priistas, aunado al asunto de la casa
blanca del presidente y muchos otros excesos de sus correligionarios, seguía
siendo ventilados por algunos medios de difusión. Obvio, casos de corrupción a
los que tampoco el presidente hizo caso, al contrario, salió a decir en
varias ocasiones que la corrupción en México era un asunto cultural… El caso
es que entre la corrupción y la grave inseguridad fue transcurriendo el
tiempo hasta que los números indicaron que en la gestión de Peña, aún sin terminar ya era más
desastrosa que la de su antecesor… Y de pronto, un día el adalid de la honestidad valiente, Andrés López Obrador, en una de esas
ocurrencias que un mesías como él suele tener en su ambición por el poder,
contempló amnistiar a los cabecillas de los cárteles de la droga en caso de
ganar la presidencia, y entonces el aparato gubernamental se le echó encima,
siendo que ningún figurín de alto o medio pelo jamás había puesto el tema de
la guerra del narco en la agenda pública… Así que tras de que López fue el primero en hacerlo, Peña olvidó eso de que, según él, la
corrupción está arraigada en la cultura de los mexicanos y de un tiempo a la fecha
se ha convertido en promotor de la figura del tabasqueño al soltar una serie
de absurdos que nomás no van con su investidura, pero allá él… La más
reciente, la de considerar una «traición a México y a la sociedad perdonar a
los criminales», aun cuando en la percepción de los ciudadanos él ha indultado
a tantos corruptos de su partido, empezando por Raúl Salinas de Gortari y Arturo
Montiel –y mejor nos reservamos los demás nombres porque además ya son de
conocimiento público–, o al panista Guillermo
Padrés o al perredista Marcelo
Ebrard, y no lo ve como traición… Pero tanta corrupción en los tres
niveles de gobierno es lo que ha causado ese «enojo social extendido» en la
población, que seguirá nublándole
la vista a la gente que con justificada razón no quiere ver los «avances y
desarrollo» de los que le habla Peña,
porque nunca se preocupó lo suficiente para combatir la corrupción (¿cómo
olvidar aquel «¡no te preocupes Rosario!»
con el que cubrió un acto de presunta corrupción de Robles Berlanga como secretaria de Desarrollo Social) ni brindar la
tranquilidad y cuidar el patrimonio de las familias mexicanas de lo que sale
a hablar ahora… Es tarde pues para que Peña
se ponga a dar consejos, sobre todo cuando su nivel de aprobación sigue muy
bajo –menos del 30 por ciento–, y se pone en la mira del mesías tropical para
el pitorreo y escarnio… Por lo pronto, López
ya anticipó que si gana en su gestión los narcos serán incorporados a la
sociedad para que ya no sean señalados por ningún dedo flamígero, al menos y
por lo visto en Tláhuac –luego de Iguala, Guerrero– el Peje ya podría estarse llevando de a cuartos con estos… Al
tiempo.
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