En
opinión del investigador Damián Mora, las relaciones de subordinación permite seguir
reproduciendo las estructuras sociales que actualmente se tienen en México, porque el gobernante en turno –responsable de las condiciones de vulnerabilidad y riesgo que tiene la
población–, aparece como el héroe cuando sucede el desastre entregando despensas
y dádivas, sin asumir la responsabilidad que tiene de velar por la
población».
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Para comprender el riesgo y el desastre es necesario entender la forma en que las personas los perciben, dice el investigador del Conacyt |
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Jorge Damián Morán Escamilla |
Las condiciones de la
Ciudad de México al estar asentada sobre una cuenca cerrada mantienen el
riesgo de sufrir inundaciones, debido a que no se tiene forma de sacar
naturalmente el agua que cae de las precipitaciones, lo que propicia
distintos grados de inestabilidad en los suelos que permiten que los sismos
sean experimentados de manera intensa, señaló el investigador Jorge Damián
Morán Escamilla, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.
De acuerdo con el
especialista, en materia de protección civil se han creado cosas novedosas
que están a la vanguardia internacional, pero la forma en que responde la
población es una evidencia de que seguimos siendo los mismos de hace veinte,
treinta o cuarenta años. «La población carece de las capacidades para
enfrentarse a este tipo de situaciones», dijo.
«En la época colonial se
planteó mover la capital hacia Puebla o hacia Coyoacán, que era una zona
menos susceptible a inundaciones. Pero cuando lees los relatos de los
historiadores, te das cuenta de que se mantuvo ahí por cuestiones políticas,
ya que no se podía abandonar el espacio simbólico en el que se edificó una
nueva ciudad sobre las ruinas de Tenochtitlan. Era necesario mantener la
hegemonía, ya que se había invertido una gran cantidad de dinero en los
edificios, y en términos económicos no era redituable construir la ciudad en
otro espacio diferente», comentó.
Sin embargo, la
situación histórica contrasta con los
testimonios de muchas personas que han sobrevivido no sólo a desastres
relacionados con la ocurrencia de sismos y fenómenos hidrometeorológicos en
la Ciudad de México, para quienes la movilidad y migración a otros espacios
es difícil por cuestiones de disponibilidad de terreno y los altos costos que
conlleva el cambio de residencia, dijo.
Autor del libro Escenarios de riesgos y desastres por
sismos e inundaciones en la zona metropolitana de la Ciudad de México (Colsan-UAA,
2017), Morán Escamilla presenta un análisis novedoso en el que investiga las
variables que posibilitan la recurrencia de los escenarios de desastres y
riesgos en el centro de México, por sismos e inundaciones, así como sus capacidades
de reconstrucción y recuperación desde el estudio de la complejidad de los
espacios urbanos.
«Algunas imágenes –extraídas
de una presentación realizada en un coloquio sobre los 30 años del sismo de
1985– muestran una casa que me encontré durante el trabajo de campo, con
cuarteaduras donde la luz traspasa por ellas, y la persona que ahí vive te
explica que su única opción de movilidad es irse a residir al estado de
México. Esto, en promedio, representaría
dos horas y media de traslado de ida y vuelta con fines de trabajo, lo
que significaría la pérdida diaria de cinco horas, que la persona no está
dispuesta a perder por un fenómeno que ni siquiera se tiene la certeza de
cuándo va a pasar», refirió el investigador.
Pasaron más de 30 años después
de 1985 para que se presentara un evento sísmico semejante que permitiera
replantear la constante situación de riesgo, indicó. «Los bienes materiales y
los vínculos que nuestra sociedad teje con ellos por cuestiones de
afectividad, en ocasiones circunscriben y limitan la movilidad de la gran
mayoría de las personas ante estos escenarios», apuntó.
«A diferencia de la
cultura norteamericana, donde las cosas se caen y se vuelven a edificar o
reemplazar, nosotros generamos muchos vínculos con el espacio, el entorno,
las personas, y eso hace mucho más complicado el irse», subrayó. A esta
situación se debe agregar que de esos 20 millones que confluyen en la capital
del país, cerca de 12 millones no viven en la Ciudad de México, sino en el estado
de México, en la ciudad Pachuca o en el estado de Morelos, por lo que una
parte de su vida está en la capital, durante el día, y la otra en casa, por
la noche.
Para comprender el
riesgo y el desastre es necesario entender la forma en que las personas los
perciben: la construcción científica, política, cultural que cada sociedad
realiza sobre ellos, así como las formas en que se materializa. Estas son
dimensiones fundamentales que la investigación de Jorge Damián Morán permite
comprender. Ello hace que la situación en la zona metropolitana de la Ciudad
de México sea mucho más compleja de lo que se cree, por lo que su comprensión
cabal necesita de otro tipo de enfoque, sobre las formas en que se puede
construir socialmente el desastre y el riesgo ante una realidad caracterizada
por la confluencia de amenazas múltiples.
La construcción social del
riesgo y el desastre
Según información del
Servicio Sismológico Nacional (SSN) y de otras fuentes, vertida en la
investigación de Morán, en los últimos 100 años se presentaron 19 sismos en
la Ciudad de México con magnitudes mayores a los siete grados. Cada uno con
epicentros distintos, distancias variables y daños de diferente índole en
momentos en que la población creció desde las 661 mil 506 personas que había
en el año de 1907, a las cerca de 20 millones que habitaban la zona
metropolitana en 2012, cuando un sismo de 7.4 grados afectó la línea A del
metro.
Además de los otros 11
sismos menores o iguales a los siete grados de magnitud que también se han
presentado de forma local en la Ciudad de México, y que no por ello dejaron
de causar estragos en la población y su seguridad.
La falta de información
es un gran problema, ya que existen muchas personas que desconocen sobre los
riesgos que enfrentan, a pesar de existir registros sobre la vulnerabilidad
estructural de inmuebles, y un padrón de Protección Civil sobre inmuebles y colonias
en riesgo por sismos e inundaciones. Sin embargo, más allá de lo que el
supuesto «sentido común» debería dictar en torno a la responsabilidad civil,
la estructura social y cultural en la que nos relacionamos los mexicanos es
otro factor clave en torno a la construcción cultural de los desastres y los
riesgos.
«Hay una estructura de
subordinación donde la población no participa de manera activa en la
prevención –dijo el investigador–. Si tú ves el modelo de emergencia,
observarás que la autoridad llega y repliega a la población, cuando la
población también sabe qué hacer. Y si se les dotara de esa capacidad de acción
y la autoridad fomentara la organización social, tendrían menos afectaciones
y una población menos vulnerable. Ese es el modelo que tiene Cuba o Japón,
por ejemplo».
Para el investigador,
esa curva de 30 años de aprendizaje se perdió en gran medida por la
conveniencia política que para el régimen del gobierno mexicano representa
mantener a la población del país desorganizada y en relaciones de
subordinación.
Según dijo, las
relaciones de subordinación «permite seguir reproduciendo las estructuras
sociales que tenemos. El gobernador –responsable de las condiciones de
vulnerabilidad y riesgo que tiene la población–, aparece como el héroe cuando
sucede el desastre entregando despensas y dádivas, sin asumir la responsabilidad
que tiene de velar por la población».
De ahí que en muchas de
las zonas de la Ciudad de México, el año pasado se empezaron a edificar
inmuebles sin cumplir con las normas de construcción en materia de
estructuras resistentes a los sismos. «Las autoridades responsables de
supervisar que se cumpliera con las normas no lo hicieron», dijo.
«Más allá de la
potencial corrupción y falta de ética en una parte del sector empresarial
dedicado al desarrollo inmobiliario, que se sospecha por la caída de
estructuras que habían sido entregadas en tiempos recientes, como aseguran
algunos estudios de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM),
también se tiene una autoridad cómplice que contribuye a crear escenarios de
riesgo y vulnerabilidad».
«Las conclusiones en el
libro (redactadas antes del sismo de 2017) decían que ante un evento como el
de 1985 se presentaría un escenario de desastre similar al de esa fecha y...
me hubiera gustado equivocarme, pero lo que te muestra el 2017 es que si bien
el evento no fue de la misma magnitud, hubo factores que lo volvieron una
reedición de aquel septiembre de hace 30 años».
Con las inundaciones,
que son un fenómeno diferente a los sismos y con una periodicidad recurrente
y hasta predecible, ocurre algo no muy distinto porque las variables
estructurales de la sociedad que coadyuvan a construir culturalmente los
riesgos y desastres son las mismas.
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