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¡Ay nanita!... Tomado de La Iguana News número 13,
febrero marzo de 2009 |
¡Cielos! ¿Qué es lo que escuché?... ¡Hasta los muertos así dejan sus
tumbas por mi!... Más…, sombra, delirio fue. Y en su mente la forjó; con su
imaginación le dio la forma en que se mostró… No, definitivamente no ha pasado mucho tiempo desde que el doctor Kanek (frustrado funcioñero
público en Tlágua) gestó a la temible «Maruja Barbajana» en el papel, cuya historia
viene a cuento con motivo de la temporada de día de muertos en Tláhuac,
región donde los vivos luchan hasta lo indecible por no ser expulsados de la
lista de vivales que succionan del presupuesto cada trienio en las
administraciones públicas de la localidad, y ocasión propicia para contar
aterradoras leyendas dignas de ser recopiladas por Sergio Romero, egregio recopilador de estos mejunjes además de cuentacuentos (sin ser político, conste) en esa región originaria… Como esta narración que da cuenta de cómo en
tiempos de Gilberto Ensástiga en
el papel de delegado ucepero (por Unión de Colonias Populares para
ser más concretos), un funesto día llegó hasta él proveniente desde la lejana
unidad habitacional de El Rosario, inserta en la delegación Azcapotzalco –aunque
por infatuaciones trastocadas la protagonista de tan lúgubre y patética leyenda
siempre dice, como hasta la fecha, que por residencia tiene la colonia
Hipódromo Condesa– en febril exaltación la aviesa «Maruja», asegurándole por
ésta –dijo al tiempo que hacía la señal de la cruz con una de sus manos, dándole un picorete boroliano– que llegaba
por encargo de un periodista del diario La
Jornada, mejor conocido por el mote del «Patán», por lo que portaba concluyente
recomendación para que le fuera otorgado el cargo de jefa de prensa, así
nomás. Heme ya aquí, don Gilberto; mi mano asegura esta mano
que a la altura tendió tu contrito afán, dijo ella… Como Gilberto era amigo del periodista,
jamás puso en duda la palabra de la vaporosa «Maruja», y acabó contratándola
para su dicha… ¡«Maruja» de mi corazón!,
respondió él, toma posesión de tu cargo… Pero no había transcurrido ni el
año cuando a los oídos del delegado llegaron en forma copiosa la lista de
quejas y denuncias por la despótica manera de conducirse de la sobredicha con
el personal a su cargo en la oficina de comunicación social, dándole a ésta el
delegado relativo tiempo de gracia para ver si hacía rectificación de su
comportamiento. Sólo que al ver que la desquiciada señora estaba más loca que
una cabra y se ensañaba con el personal ahí adscrito, Gilberto terminó por pedirle la renuncia… ¡Aparta, piedra fingida! Suelta, suéltame esa mano, que aún queda el
último grano, en el reló de mi vida… Para entonces, la chiflada «Maruja»
ya se llevaba de a cuartos con quien había sido asesor en la administración
de Ensástiga en Tláhuac, Alejandro López Villanueva, quien
acababa de estrenarse como diputado local, por lo que rápidamente aquella fue
a buscarlo a su oficina en la Asamblea Legislativa donde fungía como
presidente de la Comisión de Desarrollo Social, para pedirle chamba
diciéndole que su cuate de Tláhuac la había despedido; y debido a la forma
como se repartían el pastel los perredistas en la Asamblea, por consiguiente
a López por presidir dicha
comisión le correspondía una dirección de área en la Dirección General de
Comunicación Social, cuyo titular era Fernando
Macías Cué… Os estoy oyendo,
dijo la «Maruja» a su
nuevo protector, y me hacéis perder el
tino; yo os creía un libertino, sin alma y sin corazón… Así que a
«Maruja» le tocó una buena rebanada del pastel. Sólo que, para variar, al
poco tiempo de igual forma comenzaron los problemas porque la interfecta la
emprendió contra el personal, sacó el cobre significado por su altanera y
perturbada forma de comportarse con sus subordinados, lo que rápidamente se
supo a mero arriba del organigrama, sólo que en esta ocasión fue con Alejandra Barrales, presidenta de la
Comisión de Gobierno… Voy, pues, a
entrar por la portería, y a cegar a sor María «Maruja Barbajana», la tornera,
sentenció cual Brígida del don Juan Tenorio, la Barrales… Porque además, con su
comportamiento la «Maruja» también le ocasionaba problemas al director
general, al interferir en el desarrollo de las actividades comunicacionales
del órgano legislativo, aunado al hecho de que usurpaba funciones y ante
algunos reporteros de la fuente se vanagloriaba de ser ahí la mera chipocluda, cuando en realidad sólo
era una directora de área, tornera,
pues, con funciones muy específicas… Por eso fue que a López el
diputado, la abadesa Alejandra lo llamó
a cuentas para que explicara el comportamiento de «Maruja», pero al
enterarse de todas las barbaridades y despiporres que ésta ocasionaba,
sobajando con sus desplantes al mero jefe de la comunicación social, Alejandro dijo que tampoco estaba de
acuerdo con la fea forma en que su operadora trataba al personal –los sentidos me enajena, reconoció–, por lo que accedió al despido,
pero a cambio de que se le otorgara una buena compensación a causa de que ya corrían
los días de la temporada decembrina (diciembre y sus posadas estaban en su apogeo), según intercedió por ella, a fin de que
no le fuera a entrar alguna especie de proterva depresión… Partió «Maruja» del cruce de
las calles de Donceles y Allende con 300 mil del águila en la bolsa, concedidos
aun cuando no le correspondían según la ley federal del trabajo por el poco tiempo laborado, pero para que no
tuviera motivos ni por qué despotricar ni desvariar, se los regalaron prácticamente en donde regentean el dinero de los habitantes de todo México… Atada con santos votos, para que no tengáis como otras, pruebas
difíciles ni penitencias que hacer.
Conque, ¿me habéis entendido?, dijo la abadesa Barrales… Pero como la «Maruja» ya iba con el
alma envenenada y echando espuma por la boca del puritito coraje –¡ánimas del purgatorio!– a causa de
los muchos resentimientos que albergaba, todavía con el borbotón en las comisuras de los labios fue
a tocar la puerta del diario Basta,
donde de hinojos clamó: No sé que
tengo, ¡ay de mí!, que en tumultuoso tropel, mil encontradas ideas, me
combaten a la vez… Ahí encontró acomodo como francotiradora reporteril,
desde donde comenzó a lanzar ponzoñosos dardos –¿contra quién cree usted?,
efectivamente– ¡contra quienes habían sido sus jefes tanto en Tláhuac como en
la Asamblea Legislativa!, los que por cierto, juraron y perjuraron después que no la
hubiesen corrido de sus cargos de haber estado bien de la tatema y no se hubiera
abalanzado contra el personal a su cargo… En el diario Basta la «Maruja» se la pasó divulgando hasta asuntos personales
y familiares de López en primera plana y a ocho columnas, aún tiempo
después de que concluyera su gestión como diputado, mientras daba sus
raspones a Gilberto y su
respectivo repaso a quienes integraban su corriente perredista en Tlahuita la bella, pero también evocando los buenos tiempos de la milonga
y el fandango, como aquel día cuando en abrevadero de prosapia del centro de
la ciudad, durante el brindis de colaboradores del primer círculo del delegado Gilberto con motivo de fin de año,
eufórica por la coca cola y el champagne que había ingerido, al igual que aquel rechoncho secretario
de Agricultura de tiempos del salinato,
la «Maruja» se subió a
la mesa para enseñar sus dotes de taibolera y contonear lo que tenía al ritmo de mesa que más aplauda y el
coro de ¡eh!, ¡eh!, ¡eh! proferido por la eufórica concurrencia que pedía ¡pelos!, nomás pa'fomentar el cotorreo…
Algunos atribuyen que su adicción al jolgorio, el regocijo, la liviandad y el
hervor se debe a la tristeza que la embargaba desde que, según afirmó en más
de una ocasión a sus seguidores del teibol,
su marido, que de profesión tenía la de biólogo por la Universidad Nacional,
un día se perdió en la Antártida (mésmamente)
de donde nunca más regresó, al menos a su lecho marital (lo que no precisó
fue si al aludir a la Antártida se refería
al techo del mundo o a alguna birriería del centro de la ciudad o la colonia Santa María)… El caso es
que la «Maruja» siempre resultó ser muy ducha para eso de contar historias
que en la mismísima National Geographic
envidiarían. Una operación quirúrgica que, como le sucedió a «Maruja», le practicaron
en un dispensario de Azcapotzalco, ella lo hizo ver ante sus compañeros de
trabajo en la delegación Tláhuac como que había sido intervenida en un
sanatorio de Houston, Texas (¡ah,
caracso!)… De «mitómana», pues, no la bajan quienes han podido conocerla
y, por ende, escucharla contar sus aventuras… Mientras tanto, un año después de que la había
incorporado a la nómina de su administración y de que tenía pocos días de
haberse marchado, Gilberto
se encontró a aquel amigo periodista de La Jornada que supuestamente se la había recomendado como apta
para desempeñar la función de vocinglera, por lo que de inmediato le
reclamó por endosarle a la «Maruja», a lo que éste terminó por aceptar que en su momento no supo qué hacer con ella y que lo único que se le ocurrió fue mandarla a Tláhuac… El tiempo transcurrió y cuando
todos aquellos que trabajaban en la administración delegacional y que habían
tenido el horror de tenerla como
jefa, supusieron que finalmente en Tláhuac se habían librado de la «Maruja»,
quien desde El Rosario, Azcapotzalco, venía a enchincharlos con sus botaduras
de cabras al monte, apareció en el escenario político de Tlahuita la bella el celebérrimo «Rigoñas», conspicuo candidato de un
mesías de Macuspana a la jefatura delegacional, y al grito ¡de aquí soy!, la recanija «Maruja» se volvió a
aparecer por la zona chinampera como alma en pena de la burocracia… La
dichosa sencillez, y la calma venturosa, me hicieron apetecer, la soledad de
los claustros y su santa rigidez, exclamó la infausta… Y como ambos
compartían su afición por verle la cola al chamuco debido a fumar como vil chacuacos,
la «Maruja» aseguró una chamba cuando el «Rigoñas» se alzó como el mero mero petatero de la ya no tan provinciana Tláhuac… Pero mi dueña, ¿dónde
estará?... Esa mujer, con sus pláticas, al cabo, me entretiene alguna vez,
suspiró el moreno… Porque buena
para cuentearse al prójimo, léase el apocado «Rigoñas», la «Maruja» no tuvo
problema para convencerlo de que ella podía serle útil como sheriffa particular a fin de resolverle
toditos sus problemas… Para ello, recurrió a su añeja táctica, esa que venía
poniendo en práctica desde sus días con Gilberto como delegado,
consistente en detectar aquellos asuntos torcidos desde las áreas del
Jurídico o de Finanzas de la administración pública –como por ejemplo los
relacionados a clausuras abusivas, recursos etiquetados, chanchuyos, extorsiones, diezmos o si de
verdad el «Rigoñas» se llevaba de a cuartos con el mentado «Ojos», verdadero mandamás detrás del escritorio del delegado morenista, o si era cierto que había cambiado de cuaderno de rayas y ahora se llevaba
de piquete de ojos con el primo– y después filtrar los asuntos escabrosos a
sus operadores externos… Para que luego, estos operadores, camuflados en identidades
ciudadanas, ingresaran solicitudes de información a la administración del «Rigoñas» haciéndose pasar
por vecinos quisquillosos, con cuestionamientos que le cerraban el gaznate al
más pintado de los delegados, además de fruncirles la conciencia y hacerlos
que pasaran saliva amarga con harta dificultad, para que al final de cuentas y
tras de la consabida imploración del delegánster
cual ochentera comedia de Televisa con aquello del ¿y ahora quién podrá ayudarme?, apareciera en escena, pero sin dar
brincos con disfraz de Chapulín
Colorado, sino como la heroína Hermelinda
Linda de la celebérrima historieta setentera (y que Chachita Muñoz personificó en el cine), la letal «Maruja» dispuesta a
apaciguar la presunta jauría de preguntones indiscretos para librarlo de
peligros y maledicencias, e indicarle a sus canchanchanes con un estruendoso ¡chitón, bellacos!, que se fueran a moler a otra parte… Así que
tras de haber ahuyentado a los presuntos inquisidores y quedar ante el
«Rigoñas» como su salvadora y escuchar de la anémica voz de éste aquello de
«eres la héroe de la película, mamá», para acabar fumándose un churro de puritito gusto, «Maruja» exclamó: Y no sé por qué al decirme, que podría
acontecer, que se acelerase el día, de mi profesión, temblé, y sentí del
corazón, acelerarse el vaivén, y teñírseme el semblante, de amarilla palidez…
Por eso aún es fecha, que ni para cuando acabar, que del primer piso del
añoso edificio público central, salgan empleados pachecos, una vez concluida su jornada laboral, a causa de que
los hornazos ahí se ponen de a peso, sobre todo en el corredor que va del claustro
del «Rigoñas» hasta la trinchera de comunicación social y relaciones
impúdicas –donde deambulan los otros troles del doctor Kanek, el mismo
que urdió aquel foro axolotl para patrocinio y lucimiento del tristemente
célebre «dipuporno» Escamilla, y
de cuyo sombrío relato lo dejaremos para próxima ocasión, toda vez que como
dijo la Nana Goya, esa es otra historia–, a causa del
olor a petate y a Marlboro adulterado
que se percibe en el ambiente… De ahí pues los rumores que circundan la
delegación, acerca de que la infame «Maruja» mantiene al «Rigoñas» como entoloachado a causa de hacerlo
ingerir algún brebaje maligno, porque lo tiene comiendo maicito de su mano,
aunque para ser sinceros de un tiempo a la fecha a esa especie de Hermelinda rediviva de la gestión
delegacional en Tlahuita la bella,
como que se le ha reventado la bilis por aquello de que nomás no ha podido
silenciar los señalamientos y denuncias contra las corruptelas del «Rigoñas»
de dos periodistas de la región (Armando
Ramírez y Sergio Rojas), por
más que de su perturbada sesera ha espetado patrañas perniciosas
inventándoles desviaciones de conducta y propensiones funestas –al no tener en
los hechos de qué realmente acusarlos–, que no son otra cosa que calenturientas
maquinaciones que sólo divulga a través de su larga lista de troles en
Facebook, y que no son más que remedos de espantapájaros con identidades falsas, a los que
recurre para lanzar su ponzoña debido a la cobardía que la acomete y la estremece
ese frenesí maniático que la perfila, al no poder dar la cara, de frente, con la cola limpia… Es así como a la «Maruja» termina por
exhibirla ese endemoniado ser que lleva dentro, y que la muestra como el ente
pérfido y siniestro que ha sobrevivido como espectro fantasmagórico en sucesivas
administraciones públicas de Tláhuac a través de los años, al suponer en su
trastrocamiento que ambos comunicadores serían de su misma condición de
mercenaria y que con sus denuncias sólo andarían en busca del chayote y el embute para hablar bien de su jefe, como lo hace ella con quienes ejercen el periodismo sin vocación ni pasión. De ahí que al primero, además de satanizarlo inventándole jefes por doquier nada más porque como periodista platica con cualquier actor de la grilla politiquera se le ponga enfrente, por haber nacido en una hermana nación
centroamericana, largue todas sus obcecaciones al suponer –¡hágame usted
favor!, coherente y sensato lector, lectora– que con machacarle en los textos
que pone en las páginas de sus troles la condición de guatemalteco que como
primera nacionalidad tiene –verbigracia del delirium tremens constante y retorcido de «Maruja»–, tan sólo
por consignar en sus notas periodísticas tanto extravíos como visos de corrupción
de la administración delegacional donde ésta cobra por reptar, con eso conseguirá
desprestigiar al comunicador y defender lo indefendible del desacreditado
«Rigoñas»… Mientras que al segundo la malvada aludida le urdió calumnias que placentera
subió a las páginas de sus trolecitos,
pero no conforme con eso y para que sus dichos viperinos y viboreznos
tuvieran mayor repercusión, la infausta «Maruja» quiso presionar a personas
que laboraban en la administración delegacional del «Rigoñas» para que
retomaran los embustes y diatribas que ella misma había escrito contra el director de la revista Nosotros y los pusieran en sus
correspondientes páginas de Facebook, a fin de que se viera que no solamente eran troles los que le hacían segunda, pero al negarse rotundamente a acceder a sus instrucciones y decirle
que no se prestarían a sus siniestras pretensiones, «Maruja» acabó por
desquiciarse (¡¿más?!) y solicitó el apoyo del «Rigoñas» para que ipso facto diera su anuencia a fin de
que fueran puestas a disposición de personal o, de plano, si cabía el caso
por su condición laboral, las despidieran de la administración… Habrá que ver
si los puntillosos fiscales de la Conapred, tan proclives para aprovechar las
luminarias mediáticas que les da condenar futilidades como los gritos de ¡eeeeeh, pu…! en los estadios de
futbol mexicanos, están
dispuestos a aplicarse en Tláhuac para constatar la xenofobia de la «Maruja»
que arroja a través de sus troles, porque de probarse que dichas identidades
falsas son operados desde el interior del edificio local de una
administración pública, en este caso la de Tláhuac, habría las pruebas suficientes para fincar responsabilidades
a la del morenista del «Rigoñas», por violar las leyes contra la
discriminación, lo que acabaría por complicársele al delegado de marras quien
ya tiene bastantes dudas qué despejar… Fantasmas
desvaneceos; su fe nos salva… Sólo
en vida más pura los justos comprenderán… Finalmente resulta, para colmo
de sus males, que como lo hace la «Maruja» con sus operadores camuflados en
vecinos de Tláhuac, sucedió que en días pasados un ciudadano que ante la
oficina de información pública del «Rigoñas» se identificó como «Plátano vengador», pidió que se le
informara si a los funcioñeros
–personal de estructura, pues– de la administración morenista de Tlahuita la
bella se les habían hecho exámenes psicológicos antes del inicio de la
gestión, para constatar que su estado mental estuviera normal, pero de manera
especial preguntó que en caso de haberse realizado le dijeran si la «Maruja
Barbaján» los había aprobado,
por lo que cuentan quienes presenciaron aquel fatídico pasaje en el edificio
delegacional, que «Maruja» perdió los estribos y como desquiciada
comenzó a arrancarse los cabellos mientras profería maldiciones en contra de
aquel «Plátano vengador» que la había sacado de sus casillas, haciéndola
vomitar pastosa y hedionda sustancia verde, porque la histeria la invadió tras
de descubrir que preguntaban específicamente por la condición de su salud
mental… ¡Ah, por doquiera que fui, la
razón atropellé, la virtud escarnecí, y a la justicia burlé. Y emponzoñé
cuanto vi, y a las cabañas bajé, y a los palacios subí, y a los claustros
escalé; y pues tal mi vida fue, no, no hay perdón para mi... Eh, aquí,
pues, que la historia de la «Maruja» aún tiene mucho por dar, y que aquí mientras
tanto, en los días subsecuentes habremos de reseñar. Guarézcanse pues los
lectores de tan satánico ser, que en Tláhuac con su lengua viperina torrentes
de ponzoña terminará por esparcir, al menos, claro está, mientras al disoluto
«Rigoñas» lo tenga a su merced y mientras el plazo de éste en la delegación llegue
a expirar… He dicho y consignado está.
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