En las páginas de este libro también se
encuentran propuestas de Wigberto Jiménez Moreno que no prosperaron, por
ejemplo, el concepto de «Mexamérica» que acuñó en un intento por denominar
una macroárea que abarcara Mesoamérica, Aridamérica y Oasisamérica
(propuestos por Kirchhoff), pero además el suroeste de Estados Unidos y
Centroamérica, que fue precisamente el extenso territorio que tuvo México
durante el imperio de Agustín de Iturbide entre 1822 y 1823.
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Portada del libro |
Wigberto Jiménez Moreno (1909-1985) fue un hombre de saber enciclopédico,
para quienes le conocieron y escucharon ésa es una verdad irrefutable, sin
embargo, por años se «acusó» que no dejara una «gran obra» escrita que lo
elevara a los altares de la antropología mexicana. Un nuevo libro que reúne
25 ensayos y artículos del maestro, viene a romper con esa falsa idea, y
otorga a las nuevas generaciones de antropólogos la verdadera estatura de un
intelectual que además fue un forjador de instituciones.
El Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH) es el editor de esta importante publicación, y
no podía ser de otro modo, considerando que don Wigberto Jiménez Moreno,
precursor y Padre de la Etnohistoria en México, fue la mente y el afán detrás
de la creación de dos importantes direcciones dentro de la institución, la de
Estudios Históricos y la de Etnohistoria.
Detrás de esta obra que
rebasa las 500 páginas, está la investigación y compilación que por años
realizó la investigadora Celia Islas Jiménez, discípula de don Wigberto,
y el joven etnohistoriador Víctor Alfonso Benítez Corona. Ambos son
los autores del estudio preliminar que antecede a la serie de ensayos
escritos por el sabio guanajuatense, uno de los iniciadores del estudio de la
historia antigua de México con base en fuentes prehispánicas y coloniales,
códices e investigaciones modernas y contemporáneas.
Wigberto Jiménez Moreno (1909-1985). Obras escogidas de la historia
antigua de México
está dividido en cuatro apartados y fueron organizados de manera «geográfica»,
señala Víctor Alfonso Benítez, dada la amplitud de miras del autor. La
primera parte se aboca a los temas alusivos al Valle de México; la
subsecuente al sur, la tercera al oeste y norte de México, y la última a la
filosofía y la religión prehispánicas.
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Cuauhtémoc Velasco, Celia Islas Jiménez, Victor Alfonso Benítez Corona, Carlos García Corona y Salvador Rueda Smithers |
Confiesa que Wigberto
Jiménez es un autor poco frecuentado en las lecturas de la carrera de
Etnografía —quizá justo porque hasta ahora no se contaba con un libro donde
estuvieran vertidos sus conocimientos—, y para él fue un verdadero
descubrimiento hallar todo esta documentación en diversos acervos,
principalmente en la biblioteca que lleva su nombre en la ciudad de León,
Guanajuato (a la que donó su archivo personal y bibliografía) y en la
Universidad de las Américas, en Cholula, Puebla, en cuya fundación estuvo
involucrado.
En tanto que Celia
Islas Jiménez, investigadora de la Dirección de Etnohistoria, destaca
además el hallazgo de los memorandos escritos por Jiménez Moreno para
solicitar la creación de dicho departamento de estudios. Comenta que tales
misivas fueron dirigidos en 1976 al director del INAH, Guillermo Bonfil
Batalla, pero la petición no pudo concretarse hasta el año siguiente,
1977, cuando Gastón García Cantú asumió el cargo y retomó la
propuesta.
En la presentación del
libro el maestro Salvador Rueda Smithers, director del Museo Nacional
de Historia, recordó una anécdota similar. Anotó que es poco conocido que Wigberto
Jiménez Moreno fue director interino de dicho museo, uno de los más
importantes del país, y en su lapso al frente del mismo (entre 1953 y 1957)
comenzó a idear la creación del Departamento de Investigaciones Históricas.
Sueño que concretaría dos años más tarde, en 1959.
«Don Wigberto –dijo–
es parte de ese puñado de personas que hicieron lo correcto, que sin tener
ese halo heroico, dieron los fundamentos para que todos los demás pudiéramos
trabajar en lo que quisiéramos o en lo que se nos ofrecía. Ellos tocaron las
puertas, pelearon y abrieron caminos para que los demás camináramos por
ellos. El costo de esa energía creativa es muy alto, porque el pago que les
damos los demás es casi nulo y muchas veces se convierte en olvido».
«Por suerte, la
publicación que ahora compila las obras de don Wigberto, y que surge
de la propia Dirección de Etnohistoria que él fundó, nos lo regresa en su
proporción intelectual y en su proporción humana; a la forma en la cual fue
armando sus métodos e ideas, conceptos a veces muy firmes», expresó Salvador
Rueda.
Para el doctor Carlos
García Mora, quien coordinó 15 volúmenes de La historia de la antropología en México, esta edición resarce un
gran vacío en el devenir de esta disciplina, que tanto debe a Jiménez
Moreno. Más allá de que algunos de sus textos puedan acusarse en la
actualidad de tener un «tono evangélico», en varios de sus ensayos se
encuentran las claves de grandes debates que por años, e incluso hasta el día
de hoy, ocupan a la antropología nacional.
Por citar algunos
ejemplos, Wigberto Jiménez Moreno fue quien zanjó las discusiones
académicas sobre la Tula histórica, brindando argumentos a favor de que la
ciudad de Quetzalcóatl fue la antigua urbe ubicada en el estado de Hidalgo, y
no Teotihuacan. Entre estos ensayos también sobresalen aquellos dedicados a
complejizar lo «olmeca», indicando la diversidad etnolingüística y
territorial de lo que se ha querido denominar de forma monolítica como «cultura
madre».
García Mora indicó que en más de un aspecto, se observa que los intereses de Jiménez
Moreno y el antropólogo Paul Kirchhoff iban paralelos, tanto así
que corre la leyenda que detrás del concepto de Mesoamérica, está en realidad
el nombre del etnohistoriador guanajuatense. En las páginas de este libro
también se encuentran propuestas que no prosperaron, por ejemplo, el concepto
de «Mexamérica» que acuñó en un intento por denominar una macroárea que
abarcara Mesoamérica, Aridamérica y Oasisamérica (propuestos por Kirchhoff),
pero además el suroeste de Estados Unidos y Centroamérica, que fue
precisamente el extenso territorio que tuvo México durante el imperio de Agustín
de Iturbide entre 1822 y 1823.
«Los artículos por
buenos que sean, se toman como un ensayo del libro que se espera después. Con
todo —concluyó el comentarista—, una vez cerrado el ciclo de Jiménez
Moreno, la reunión de sus artículos suple la ausencia de un libro suyo,
permite conocer la impresionante actitud de su esfuerzo intelectual. Dada la
dispersión de sus escritos, esta compilación presta un gran servicio al
gremio académico interesado en la historia antigua mesoamericana».
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