Mercado Sobre Ruedas
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El feminismo es la segunda ideología más
importante entre los jóvenes de 18 a 24 años, según datos del Latinobarómetro. En 2016, solo 1.3 por
ciento de las personas respondía que se identificaban como feministas,
mientras que en 2018, 4.3 por ciento se define como tal. Aumentando incluso
el número en adultos mayores de 60 años.
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Las expresiones de
violencia de género convierten al otro (la mujer) en un enemigo o rival que
amenaza el espacio de lo propio (mi diferencia), es un vínculo subjetivo que
implica formas de relación con el otro y en esa medida va creando estructuras
sociales cuyos intercambios están sostenidos desde la violencia.
En el libro coordinado Erótica de la violencia, Flor de María Gamboa Solís hace una investigación acerca del origen de la
violencia contra las mujeres en razón de su sexo.
El plano de la
violencia, afirma, influye en cómo se entiende lo que dice el otro y la forma
de relacionarse con quien colabora en un plano de igualdad.
Pero, ¿en qué momento se
transforman los vínculos amorosos en una forma de dominación?
A decir de la doctora en
estudios de género, el amor tiene un rostro siniestro, siendo el espacio de sujeción
donde el orden de dominación genérico se impone para después replicarse en
las instituciones.
La profesora e investigadora
de la Facultad de Psicología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
(UMNSH) y coordinadora de la Red de Enlaces Académicos de Género de esa casa
de estudios, asegura que la fuente de la violencia no es algo que desde el
exterior irrumpa para dañar.
«Está estructurada en
las relaciones sociales como una forma en que se constituye y circula el
poder, siendo esa la razón por la que todos la reproducimos y sufrimos».
Uno de los orígenes de
la violencia más importantes en el estudio de la investigadora es el
surgimiento de la propiedad privada, por lo que aborda sus estudios de la
violencia desde una perspectiva posmarxista.
«La mujer pasó a ser uno
de los bienes del hombre, además se le dio la tarea de cuidar los otros
bienes», apunta. Aunque aclara que eso no significa que el contexto de
dominación no existiera antes.
«Ya existía porque
responde a la supremacía del falocentrismo;
sin embargo, en ese momento se determinaron las reglas de la división sexual
del trabajo y se impuso el orden de dominación como un comportamiento
normativo. A partir de entonces nos hemos dedicado a replicar esa asimetría»,
explica.
Considera que recurrir a
este argumento permite evidenciar la relación entre el patriarcado con el
sistema económico del capitalismo.
«Aún no sabemos si al
terminar el capitalismo se acabaría también el patriarcado, pero sí sabemos
que las actuales leyes de mercado no sólo regulan las relaciones comerciales,
sino también las relaciones con los otros, conmigo, con el concepto de
libertad, justicia, amor», señala.
En la vida cotidiana el
hombre posee 90 por ciento de los recursos del mundo, desde los religiosos,
económicos, científicos, laborales, de acceso a justicia, entre muchos otros,
refiere. «A las mujeres –dice–, les quedan pocos espacios de poder. En ese
eje de dominación, la familia se convierte en el enclave social que educa en
posiciones de poder y regula los comportamientos.
«La representación de la
mujer como un bien del hombre se ve en nuestras instituciones, por ejemplo,
el intercambio de mujeres, la monogamia y la prohibición del incesto fueron
las bases de las sociedades y han sobrevivido en la mayoría de los sistemas
económicos», indica.
Se escucha
frecuentemente decir que las mujeres también violentan, como argumento para
deslindar al hombre de una responsabilidad sobre la violencia que se comete
contra las mujeres.
Sobre esto, Gamboa Solís
expone que las mujeres también están cruzadas por el eje del machismo.
«Se han clasificado los
ejercicios violentos de las mujeres en tres dimensiones: violencia contra
ellas mismas, generalmente dirigida al cuerpo; violencia hacia sus próximos,
que habitan en su sistema de afectos como sus hijos; hacia el varón, cuando
se vuelve insostenible cohabitar con el reiterado abuso y maltrato».
Los patíbulos contemporáneos
«Pero las formas de
opresión cambian con el tiempo, ya no hay cacería de brujas o quema de
mujeres en patíbulos para impedir que se acercaran a la ciencia, un espacio
negado para las de su clase; sin embargo, existen otros patíbulos», menciona.
La falta de acceso a la
justicia, la discriminación, la brecha salarial, la impunidad, el techo de
cristal, la trata de mujeres, la pornografía, la prostitución, el uso anormado de la imagen de la mujer como
objeto de la mercadotecnia, la penalización del aborto, la violencia política
contra la mujer en razón de su sexo, la violencia feminicida.
«Todo esto ha sido el
método histórico por excelencia para disciplinar a las mujeres en su cuerpo,
su sexualidad, sus saberes, sus aspiraciones; para dejarles claro cuál es su
lugar, ese lugar es el que ocupa en la sociedad, como objeto», refiere.
Machismo: la liturgia del
orgullo viril
«Liturgia porque se debe
hacer todo el tiempo en aras de proteger el orgullo viril, que es ese
sentimiento de superioridad que pesa sobre el sexo masculino que redunda en
un sentido de completud», aduce.
Ese es el ideal del yo,
el narcisismo donde no se ven las fallas ni se reconocen los errores, precisa.
En su consultorio
escucha casos de mujeres y afirma que no hay una sola que no crea que la
violencia que le infringieron fuera su culpa.
«Eso es porque el
machismo responde a una pedagogía de la crueldad que aprende el hombre para
ser hombre, así como la acción de disciplinar», explica.
Pero, ¿disciplinar qué?
La especialista señala que la conducta machista de proteger el orgullo viril
es lo contrario a la duda humana depositada en las mujeres.
«Es una especie de
fantasma que opaca su existencia. Siendo esa la razón por la que no toman
decisiones por sí mismas, por lo que estiran la dependencia como una liga que
no se logra romper. ¿Dónde se disciplina? En otros agentes como la tutela, la
seducción y la protección», puntualiza.
Y expone:
Tutela: Remitir a la duda del
no saber, como no se sabe surge la necesidad de alguien que tutele los
saberes.
Protección: Por
la constante inseguridad de «no puedo»: no
puedo manejar, no puedo andar sola de noche, no puedo viajar. Asegura que
esto es un elemento que restituye la fragilidad.
Seducción: No
deseo, luego entonces debe venir alguien a convencerme, pero termino
cumpliendo el deseo seductor del otro.
¿Sujeto u objeto de deseo?
«La subjetividad
femenina se ha esculpido en dos grandes derroteros: la maternidad y el ser
para otro. En esos horizontes ser del otro está bien, es deseable, una
aspiración que se cristaliza en el proceso de seducción aceptada», expresa.
Ese proceso de seducción
no tiene como finalidad la eyaculación, sino la afirmación de un poder que
será aplaudido por sus congéneres y que deviene de la idea arraigada de la
función sexual donde la mujer tiene un rol pasivo de «esperar», «apretar», «hacerse
la difícil», «darse a desear», mientras que el hombre el de cazar,
conquistar, insistir en «el juego de la seducción como una actividad predatoria».
En esa realidad de la
potencia femenina, es que se cruza otro elemento que contamina la
subjetividad de la mujer: la moral.
«La moral religiosa ha
depositado en el sexo una serie de malicias, descalabros a partir de los que
dirigen el orden del bien y el mal. En la mujer ese orden se traduce en el
equipaje de la decencia, la virtud que es mantenerse casta, recatada, como la
forma de hacerse atractiva y deseable», puntualiza.
Para la especialista,
aun cuando en la actualidad habrá muchas mujeres que ya no piensen en el tabú
de la virginidad, su comportamiento sexual sigue siendo un criterio de
clasificación entre la buena o la mala mujer, así como el lugar que ocupan en
el mundo. Siendo eso algo que pesa mucho en las mujeres.
En ese proceso de
liberación, las mujeres tienen ahora relaciones más abiertas; sin embargo,
ahora ese es un elemento para juzgar, si no lo hacen, es una señal de no ser
modernas o liberadas. «No se trata de someterse a otro orden de comportamiento,
sino tener la posibilidad de elegir».
«Actualmente –subraya– el
feminismo sigue siendo el depósito de toda la responsabilidad, de toda la
responsabilidad ligada a los divorcios, a los problemas de los hijos, de
supuestamente ser instancias donde todo se justifica, lo que invisibiliza el
problema real de violencia machista».
Es tal que contribuir en
el espacio doméstico representa para el hombre una humillación, porque en
palabras de la doctora, es un lugar donde para el hombre no pasa nada
trascendente, «se reproduce el orden de lo mismo».
«Sin embargo, sí se ha
reservado para la mujer en la historia ese espacio de inmanencia cultivada,
que la hace un objeto más del escenario. Sin planes o un programa para su
existencia».
Cita como ejemplo que no
se hacen concursos sobre quién hace el mejor arroz, sólo exposiciones de
cocina tradicional que colocan a la mujer como un objeto antropológico.
Lo ejemplifica al
exponer que no se incluye al hombre en la responsabilidad del cuidado de la
vida, no se cuestiona al Estado sobre la incapacidad de construir un mundo
laboral digno, se sigue permitiendo que sean las opiniones o las creencias
las que abriguen a la sociedad y no los derechos. «Es un contexto que nos
está matando a muchas», expresa.
Feminismo y libertad
Actualmente, el
feminismo es la segunda ideología más importante entre los jóvenes de 18 a 24
años, según los datos del Latinobarómetro. En 2016, solo 1.3 por ciento de
las personas respondía que se identificaban como feministas, mientras que en
2018, 4.3 por ciento se define como tal. Aumentando incluso el número en
adultos mayores de 60 años.
Manifiesta que el
feminismo es el último bastión de la libertad que nos queda.
«Es la apuesta por
acercarnos de manera contundente a la constitución de un mundo distinto, más
igualitario, donde formas del ser oprimidas recuperen un espacio en la
sociedad».
Expone que en las
transformaciones sociales siempre ha habido resistencia. «Tenemos que admitir
que para que algo nuevo surja debe haber un malestar. Eso que actualmente
está en ciernes va a construir una nueva sociedad que esté a la orden del
pensamiento, trabajo y cuerpo. La lucha feminista nos ha enseñado que se
puede ir juntas, removiendo las piezas del patriarcado, desde la
horizontalidad, partiendo del principio de la docta ignorancia», concluye.
Fuente: Conacyt
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