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lunes, 10 de septiembre de 2018

Con método histórico se ha disciplinado a las mujeres

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Escenarios
El feminismo es la segunda ideología más importante entre los jóvenes de 18 a 24 años, según datos del Latinobarómetro. En 2016, solo 1.3 por ciento de las personas respondía que se identificaban como feministas, mientras que en 2018, 4.3 por ciento se define como tal. Aumentando incluso el número en adultos mayores de 60 años.

Las expresiones de violencia de género convierten al otro (la mujer) en un enemigo o rival que amenaza el espacio de lo propio (mi diferencia), es un vínculo subjetivo que implica formas de relación con el otro y en esa medida va creando estructuras sociales cuyos intercambios están sostenidos desde la violencia.
En el libro coordinado Erótica de la violencia, Flor de María Gamboa Solís hace una investigación acerca del origen de la violencia contra las mujeres en razón de su sexo.
El plano de la violencia, afirma, influye en cómo se entiende lo que dice el otro y la forma de relacionarse con quien colabora en un plano de igualdad.
Pero, ¿en qué momento se transforman los vínculos amorosos en una forma de dominación?
A decir de la doctora en estudios de género, el amor tiene un rostro siniestro, siendo el espacio de sujeción donde el orden de dominación genérico se impone para después replicarse en las instituciones.
La profesora e investigadora de la Facultad de Psicología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMNSH) y coordinadora de la Red de Enlaces Académicos de Género de esa casa de estudios, asegura que la fuente de la violencia no es algo que desde el exterior irrumpa para dañar.
«Está estructurada en las relaciones sociales como una forma en que se constituye y circula el poder, siendo esa la razón por la que todos la reproducimos y sufrimos».
Uno de los orígenes de la violencia más importantes en el estudio de la investigadora es el surgimiento de la propiedad privada, por lo que aborda sus estudios de la violencia desde una perspectiva posmarxista.
«La mujer pasó a ser uno de los bienes del hombre, además se le dio la tarea de cuidar los otros bienes», apunta. Aunque aclara que eso no significa que el contexto de dominación no existiera antes.
«Ya existía porque responde a la supremacía del falocentrismo; sin embargo, en ese momento se determinaron las reglas de la división sexual del trabajo y se impuso el orden de dominación como un comportamiento normativo. A partir de entonces nos hemos dedicado a replicar esa asimetría», explica.
Considera que recurrir a este argumento permite evidenciar la relación entre el patriarcado con el sistema económico del capitalismo.
«Aún no sabemos si al terminar el capitalismo se acabaría también el patriarcado, pero sí sabemos que las actuales leyes de mercado no sólo regulan las relaciones comerciales, sino también las relaciones con los otros, conmigo, con el concepto de libertad, justicia, amor», señala.
En la vida cotidiana el hombre posee 90 por ciento de los recursos del mundo, desde los religiosos, económicos, científicos, laborales, de acceso a justicia, entre muchos otros, refiere. «A las mujeres –dice–, les quedan pocos espacios de poder. En ese eje de dominación, la familia se convierte en el enclave social que educa en posiciones de poder y regula los comportamientos.
«La representación de la mujer como un bien del hombre se ve en nuestras instituciones, por ejemplo, el intercambio de mujeres, la monogamia y la prohibición del incesto fueron las bases de las sociedades y han sobrevivido en la mayoría de los sistemas económicos», indica.
Se escucha frecuentemente decir que las mujeres también violentan, como argumento para deslindar al hombre de una responsabilidad sobre la violencia que se comete contra las mujeres.
Sobre esto, Gamboa Solís expone que las mujeres también están cruzadas por el eje del machismo.
«Se han clasificado los ejercicios violentos de las mujeres en tres dimensiones: violencia contra ellas mismas, generalmente dirigida al cuerpo; violencia hacia sus próximos, que habitan en su sistema de afectos como sus hijos; hacia el varón, cuando se vuelve insostenible cohabitar con el reiterado abuso y maltrato».
Los patíbulos contemporáneos
«Pero las formas de opresión cambian con el tiempo, ya no hay cacería de brujas o quema de mujeres en patíbulos para impedir que se acercaran a la ciencia, un espacio negado para las de su clase; sin embargo, existen otros patíbulos», menciona.
La falta de acceso a la justicia, la discriminación, la brecha salarial, la impunidad, el techo de cristal, la trata de mujeres, la pornografía, la prostitución, el uso anormado de la imagen de la mujer como objeto de la mercadotecnia, la penalización del aborto, la violencia política contra la mujer en razón de su sexo, la violencia feminicida.
«Todo esto ha sido el método histórico por excelencia para disciplinar a las mujeres en su cuerpo, su sexualidad, sus saberes, sus aspiraciones; para dejarles claro cuál es su lugar, ese lugar es el que ocupa en la sociedad, como objeto», refiere.
Machismo: la liturgia del orgullo viril
«Liturgia porque se debe hacer todo el tiempo en aras de proteger el orgullo viril, que es ese sentimiento de superioridad que pesa sobre el sexo masculino que redunda en un sentido de completud», aduce.
Ese es el ideal del yo, el narcisismo donde no se ven las fallas ni se reconocen los errores, precisa.
En su consultorio escucha casos de mujeres y afirma que no hay una sola que no crea que la violencia que le infringieron fuera su culpa.
«Eso es porque el machismo responde a una pedagogía de la crueldad que aprende el hombre para ser hombre, así como la acción de disciplinar», explica.
Pero, ¿disciplinar qué? La especialista señala que la conducta machista de proteger el orgullo viril es lo contrario a la duda humana depositada en las mujeres.
«Es una especie de fantasma que opaca su existencia. Siendo esa la razón por la que no toman decisiones por sí mismas, por lo que estiran la dependencia como una liga que no se logra romper. ¿Dónde se disciplina? En otros agentes como la tutela, la seducción y la protección», puntualiza.
Y expone:
Tutela: Remitir a la duda del no saber, como no se sabe surge la necesidad de alguien que tutele los saberes.
Protección: Por la constante inseguridad de «no puedo»: no puedo manejar, no puedo andar sola de noche, no puedo viajar. Asegura que esto es un elemento que restituye la fragilidad.
Seducción: No deseo, luego entonces debe venir alguien a convencerme, pero termino cumpliendo el deseo seductor del otro.
¿Sujeto u objeto de deseo?
«La subjetividad femenina se ha esculpido en dos grandes derroteros: la maternidad y el ser para otro. En esos horizontes ser del otro está bien, es deseable, una aspiración que se cristaliza en el proceso de seducción aceptada», expresa.
Ese proceso de seducción no tiene como finalidad la eyaculación, sino la afirmación de un poder que será aplaudido por sus congéneres y que deviene de la idea arraigada de la función sexual donde la mujer tiene un rol pasivo de «esperar», «apretar», «hacerse la difícil», «darse a desear», mientras que el hombre el de cazar, conquistar, insistir en «el juego de la seducción como una actividad predatoria».
En esa realidad de la potencia femenina, es que se cruza otro elemento que contamina la subjetividad de la mujer: la moral.
«La moral religiosa ha depositado en el sexo una serie de malicias, descalabros a partir de los que dirigen el orden del bien y el mal. En la mujer ese orden se traduce en el equipaje de la decencia, la virtud que es mantenerse casta, recatada, como la forma de hacerse atractiva y deseable», puntualiza.
Para la especialista, aun cuando en la actualidad habrá muchas mujeres que ya no piensen en el tabú de la virginidad, su comportamiento sexual sigue siendo un criterio de clasificación entre la buena o la mala mujer, así como el lugar que ocupan en el mundo. Siendo eso algo que pesa mucho en las mujeres.
En ese proceso de liberación, las mujeres tienen ahora relaciones más abiertas; sin embargo, ahora ese es un elemento para juzgar, si no lo hacen, es una señal de no ser modernas o liberadas. «No se trata de someterse a otro orden de comportamiento, sino tener la posibilidad de elegir».
«Actualmente –subraya– el feminismo sigue siendo el depósito de toda la responsabilidad, de toda la responsabilidad ligada a los divorcios, a los problemas de los hijos, de supuestamente ser instancias donde todo se justifica, lo que invisibiliza el problema real de violencia machista».
Es tal que contribuir en el espacio doméstico representa para el hombre una humillación, porque en palabras de la doctora, es un lugar donde para el hombre no pasa nada trascendente, «se reproduce el orden de lo mismo».
«Sin embargo, sí se ha reservado para la mujer en la historia ese espacio de inmanencia cultivada, que la hace un objeto más del escenario. Sin planes o un programa para su existencia».
Cita como ejemplo que no se hacen concursos sobre quién hace el mejor arroz, sólo exposiciones de cocina tradicional que colocan a la mujer como un objeto antropológico.
Lo ejemplifica al exponer que no se incluye al hombre en la responsabilidad del cuidado de la vida, no se cuestiona al Estado sobre la incapacidad de construir un mundo laboral digno, se sigue permitiendo que sean las opiniones o las creencias las que abriguen a la sociedad y no los derechos. «Es un contexto que nos está matando a muchas», expresa.
Feminismo y libertad
Actualmente, el feminismo es la segunda ideología más importante entre los jóvenes de 18 a 24 años, según los datos del Latinobarómetro. En 2016, solo 1.3 por ciento de las personas respondía que se identificaban como feministas, mientras que en 2018, 4.3 por ciento se define como tal. Aumentando incluso el número en adultos mayores de 60 años.
Manifiesta que el feminismo es el último bastión de la libertad que nos queda.
«Es la apuesta por acercarnos de manera contundente a la constitución de un mundo distinto, más igualitario, donde formas del ser oprimidas recuperen un espacio en la sociedad».
Expone que en las transformaciones sociales siempre ha habido resistencia. «Tenemos que admitir que para que algo nuevo surja debe haber un malestar. Eso que actualmente está en ciernes va a construir una nueva sociedad que esté a la orden del pensamiento, trabajo y cuerpo. La lucha feminista nos ha enseñado que se puede ir juntas, removiendo las piezas del patriarcado, desde la horizontalidad, partiendo del principio de la docta ignorancia», concluye.
Fuente: Conacyt

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