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Cuando Alan Turing fue
acusado de homosexualidad, de nada le valió ser reconocido científico ni miembro
de la Royal Society. En 2013, la reina Isabel II le concedió el perdón real y
el día de hoy el matemático inglés es reconocido por ser uno de los padres de
la computación y por su trabajo descifrando códigos nazis durante la Segunda
Guerra Mundial. Pero en 1952 fue sentenciado por el delito de gross indecency o indecencia grave y
se le dio a elegir entre la cárcel o un nuevo procedimiento médico para
tratar las desviaciones sexuales: la castración química.
Alan Turing se decidió
por la castración química y gracias a eso pudo seguir trabajando, pero sufrió
los efectos secundarios del procedimiento médico. Comenzó a subir de peso, a
desarrollar senos y a mostrar síntomas depresivos. En 1954, Turing murió por
envenenamiento con cianuro, algunas hipótesis afirman que se suicidó.
Hasta ahora, la
castración tanto química como quirúrgica se sigue utilizando como castigo
para los criminales. Pero ahora para los criminales sexuales, sobre todo para
violadores reincidentes o pedófilos.
Por ejemplo, en Texas,
Estados Unidos, entre 1997 y 2005, tres criminales sexuales fueron castrados
quirúrgicamente. En la República Checa, entre 1998 y 2008, a 98 criminales
sexuales se les extirparon los testículos.
En algunos países, la
castración se ofrece como un tratamiento voluntario y se permuta por el
encarcelamiento, pero en otros países, dependiendo la falta, la castración
química o quirúrgica, aunada a la privación de la libertad, es obligatoria.
Leyes castrantes
En Latinoamérica, sólo
Argentina ha aprobado la castración química, que se ofrece de manera
voluntaria a criminales sexuales como permuta por sentencias menos severas.
Pero en los últimos años, en Colombia y Perú se ha discutido el tema
formalmente.
En abril de este año, el
Senado colombiano aceptó por unanimidad la posibilidad de que las personas
que hayan cumplido su condena por abuso sexual o violación a un menor de edad
soliciten la castración química; y en mayo, el congreso peruano envió a
segunda votación un proyecto de ley en que se acepta la cadena perpetua y la
castración química a violadores de menores de 14 años, cuando el juez lo
considere conveniente.
En México, algunos
legisladores y candidatos a cargos de elección popular, también han propuesto
la castración química para criminales sexuales, por lo menos en Chihuahua,
Puebla y el estado de México. Pero la medida sigue siendo controversial, pues
no existen estudios científicos suficientes de que la medida en realidad
ayude a prevenir delitos sexuales y los tratamientos son costosos para el
Estado.
Hay tres motivos que hacen
que académicos de diversas disciplinas duden de la efectividad de la pena: la
castración química inhibe el deseo sexual, pero no imposibilita la erección;
los crímenes sexuales buscan el dominio de sus víctimas más que la
satisfacción sexual; y la castración química como castigo impuesto viola
diferentes derechos humanos de los individuos, como el derecho a la salud o
el derecho a la autodeterminación.
Vivir sin testículos
La castración, química o
quirúrgica, tiene como objetivo bloquear la acción de la hormona testosterona
en el organismo.
«La testosterona se
llama así porque la producen los testículos, y es una molécula que actúa en
muchos lugares del organismo, pero que tiene un papel primordial en el tracto
genital», señaló José Alonso Fernández-Guasti, investigador del Departamento
de Farmacobiología del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados
(Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional (IPN).
A través de su
interacción con el sistema nervioso central, la testosterona induce el deseo
sexual, algo esencial para la reproducción de la especie. Esta hormona
también está relacionada con la conducta agresiva y con la regulación del
estado de ánimo.
Entonces, cuando a un
hombre se le extirpan los testículos, pierde las glándulas responsables de la
producción de testosterona en su cuerpo y como consecuencia su interés sexual
disminuye, aunque no su capacidad de sostener relaciones sexuales.
Por otro lado, los
fármacos que se utilizan para la castración química funcionan mediante dos
mecanismos de acción. Uno, mediante antagonistas androgénicos, que son
moléculas que bloquean al receptor de esta hormona para impedir que ejerza su
efecto; y dos, mediante los agonistas o antagonistas del receptor LHRH, que
son moléculas que actúan en la hipófisis para evitar que esta glándula
estimule los testículos para producir testosterona, explicó Fernández-Guasti.
La castración química no
es permanente, para mantener su efecto estos fármacos se deben administrar de
manera continua y de por vida. Dependiendo del medicamento, pueden inyectarse
desde una vez al mes hasta una vez al año y pueden acompañarse de otros
fármacos que se toman por vía oral, en dosis diarias.
Castración, alternativa para
quienes tienen cáncer de próstata
Sin la acción de la testosterona,
los hombres pueden sufrir bochornos, alteraciones de la capacidad funcional,
como fatiga, disminución de la agilidad mental y física, aumento de peso,
incluso alteraciones circulatorias que pueden dar lugar a problemas
cardiovasculares, la aparición de un probable síndrome metabólico, aumento de
la resistencia a la insulina y osteoporosis. De hecho, en algunos pacientes
la terapia debe interrumpirse por ciertos periodos para que la persona se
recupere de los efectos adversos, comenta el urólogo Miguel Ángel Jiménez
Ríos.
Para el jefe del
Departamento de Urología Oncológica del Instituto Nacional de Cancerología
(Incan), quien conoce bien los efectos de la castración en humanos, dijo que
cada año el instituto atiende aproximadamente a 300 pacientes con cáncer de
próstata debido a que la castración es el tratamiento de elección para los
pacientes que tienen cáncer de próstata metastásico —un cáncer que se expande
gracias a la testosterona—, que es la principal causa de muerte por cánceres
en varones mexicanos y que afecta a casi 14 mil mexicanos, según el Globocan.
Castración para tratar el
cáncer
Durante la infancia, los
menores del sexo masculino no producen testosterona, es por eso que sólo se
puede diferenciar el sexo de un niño o un bebé por la vestimenta y otras pistas
meramente culturales. Pero en la adolescencia se produce un dramático aumento
en la cantidad de testosterona, que ocasiona que surjan los caracteres
sexuales secundarios, el engrosamiento de la voz y las características
propias del cuerpo masculino, refirió Fernández-Guasti.
A partir de la
adolescencia, el individuo seguirá produciendo testosterona por toda su vida
y aunque con la edad la producción va disminuyendo, los hombres nunca dejan
de producir testosterona.
Otro de los órganos que
requiere de la testosterona para un correcto funcionamiento es la próstata,
pues regula la producción del líquido seminal, necesario para que los
espermatozoides viajen por el tracto genital y puedan fertilizar el óvulo.
El problema es que
después de los 30 años, las células prostáticas se vuelven más sensibles al
estímulo de la testosterona y cuando esta sensibilidad se conjunta con
algunos otros factores, la próstata crece y puede surgir el cáncer de
próstata, aseguró Jiménez.
Al ser un cáncer
hormonodependiente, es decir, que crece en la medida que tiene acceso a la
testosterona, la castración es el tratamiento de elección cuando el cáncer ya
se ha extendido y extirpar la próstata ya no es una solución.
La estrategia inicial
para tratar el cáncer prostático fue la castración quirúrgica, y hasta hace
unos 20 años era el tratamiento de rutina recomendado; en algunos lugares o
en algunas situaciones todavía se utiliza, dijo Fernández-Guasti.
«Pero muchos varones
centran parte de su masculinidad en los testículos y la castración les
producía un efecto psicológico muy fuerte, así que se pensó que debía haber
estrategias menos traumáticas en el sentido psicológico y eso impulsó el
desarrollo de lo que se conoce como castración química, para que los
individuos conservaran sus testículos», indicó.
De la celda al quirófano
Miguel Ángel Jiménez no
se atreve a opinar acerca de los aspectos legales de la castración química
como método para prevenir la reincidencia en delincuentes sexuales, pero sí
aclara que cuando se quita la testosterona a un hombre le disminuyen muchas
de sus capacidades, dentro de ellas el deseo sexual, pero no le quita la
capacidad de erección o de sentir placer durante la práctica sexual o los
actos eróticos.
«Increíblemente, en
muchos sujetos la conducta sexual no cae de manera dramática después de la
castración, ya sea quirúrgica o química. Alrededor de 60 por ciento de los
sujetos mantiene actividad sexual aunque ya no tengan testículos o aunque
tengan castración química», precisóel investigador del Cinvestav.
Esto se debe a que la
capacidad sexual depende del deseo sexual o la libido, que es lo que se
pierde al bloquear la testosterona, pero también de la capacidad funcional
del aparato reproductor, de la capacidad de erección, y eso depende de la
integridad neurovascular del pene, puntualizó el investigador del Incan.
«Si a un paciente que le
doy castración química le doy un Viagra, puede seguir teniendo relaciones
sexuales. Además, el cuerpo no solamente produce testosterona en los
testículos, también la produce en las glándulas suprarrenales y ese pequeño
porcentaje puede tener todavía efectos en el deseo sexual», aseveró Jiménez.
El investigador además
pone el ejemplo de los eunucos, hombres que fueron castrados desde jóvenes,
pero que podían mantener relaciones sexuales.
La testosterona en la
historia
Podría decirse que el
conocimiento sobre el papel que tiene la testosterona en la conducta sexual
masculina y en las conductas violentas son tan viejos como la humanidad
misma, porque hay indicios, anteriores a la historia escrita, de que los
humanos castraban a sus animales de labranza para volverlos menos agresivos y
más fáciles de domesticar, recordó Fernández-Guasti.
«Esos fueron los
primeros —entre comillas— experimentos; en donde el hombre antiguo entendió
que si quitaba esa fuente de andrógenos —aunque no la llamara así— el animal
era menos agresivo; claro, con la enorme desventaja de que ya no se iba a
reproducir»,comentó.
La asociación entre
testículos y conducta sexual se volvió tan estrecha que por mucho tiempo se
pensó que la conducta sexual residía en los testículos, lo cual es
completamente falso; la conducta sexual, como cualquier conducta, reside en
el sistema nervioso, expuso el investigador.
Fue hasta finales del
siglo XIX y a principios del XX, que se empezaron a identificar la
testosterona y las otras sustancias que influyen en la conducta sexual en los
mamíferos. Ya a lo largo del siglo XX fue cuando se comenzó a descifrar el
efecto de las hormonas en el cerebro.
Los derechos de los
delincuentes sexuales
Entre los 33 países que
conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos
(OCDE), México ocupa el primer lugar en violencia física, abuso sexual y
homicidios cometidos en contra de menores de 14 años.
Los actos de violación o
de pedofilia, además del severo daño que causan a las víctimas, lesionan el
tejido social y surge un sentimiento de venganza y castigo en contra del
delincuente.
La investigadora de la
Universidad Autónoma de Chihuahua, Amalia Patricia Cobos Campos, estuvo de
acuerdo con que la violación y la pedofilia son delitos muy sensibles para la
sociedad y que se deben sancionar, pero sin apartarse de los derechos
humanos.
Para ella, las
propuestas que alientan la castración química son sensacionalistas y más que
prevenir, buscan soluciones mediáticas para que la sociedad crea que se está
actuando duro contra los criminales, pero no están logrando la disuasión del
delito.
«Desafortunadamente,
como muchas otras sanciones punitivas, tiene más un tinte populista que
jurídico. Carece de técnica jurídica y de fines claros para la pena, pues sus
defensores dicen que persiguen la prevención, la no reincidencia y la
protección de las víctimas, pero muchos organismos internacionales de
derechos humanos y algunos estudios psicológicos dicen que lo que busca el
delincuente sexual no es realmente la satisfacción sexual en sí, sino el uso
del poder y el dominio sobre sus víctimas. Y la castración solamente inhibe
la libido, pero no cambia la mentalidad del agresor y se han reportado casos
en que agresores impotentes violen a sus víctimas con objetos», subrayó.
A decir de Cobos, es
necesario clarificar qué es lo que se busca con la pena para no caer en una
especie de venganza o de pena sobre pena, pues en ocasiones el delincuente
cumple su sentencia en la cárcel y además se le va a castrar.
«La corriente moderna
del derecho habla de un derecho penal del enemigo. Aplicamos los derechos humanos
pero nada más para los que no consideramos delincuentes, y los que pensamos
que son delincuentes ya no tienen tan definidos sus derechos», advirtió.
Al abordar el derecho
desde este ángulo, las posibilidades de rehabilitación y de reinserción
social disminuyen.
Para la doctora en
derecho, un argumento importante en contra de la castración química como pena
para criminales sexuales, es que las pocas investigaciones científicas sobre
el tema no han podido determinar si la medida en realidad ha sido exitosa
para prevenir los delitos sexuales, pues la motivación de los criminales no
es simplemente la satisfacción del deseo sexual. La investigadora ha
encontrado que programas de tratamiento psicológico han demostrado tener
mejores resultados evitando la reincidencia del delito.
Además, al obligar a los
delincuentes a someterse a la castración química se está vulnerando su
derecho a la salud, pues existen efectos secundarios graves derivados de la
intervención, y se vulnera la autodeterminación sobre el propio cuerpo. De
hecho, por la severidad de los efectos secundarios, hay delincuentes que
renuncian al tratamiento y prefieren regresar a prisión.
«La castración no es una
pena que tiende a la reinserción sino a la incapacitación del sentenciado y,
por ende, rebasa los límites de los fines de la pena en el marco de los
derechos humanos tutelados por la Constitución; tal vez por ello no ha
logrado una carta de naturalización en nuestro Derecho mexicano por más
iniciativas que se han presentado en diversas legislaturas a lo largo y ancho
del territorio nacional», apuntó la investigadora en un artículo.
Algunos estudios
reportan que gracias a la castración química los índices de reincidencia de
delitos sexuales han bajado de 50 a siete por ciento, y que puede ser una
medida adecuada para prevenir delitos sexuales. Pero otros han encontrado que
el porcentaje de reincidencia en los delitos sexuales no es tan alto como
parece, que es cercano a 9 por ciento y que los crímenes sexuales, más que
por una condición fisiológica, están influenciados por el contexto social que
hipersexualiza la imagen de los niños y se estimula en los medios la
violencia sexual.
Otros más concluyen que
los delincuentes sexuales en realidad no tienen mayores niveles de
testosterona que los no delincuentes. También existe el testimonio de un
delincuente sexual que pidió la castración química de manera voluntaria y
está contento de que su deseo sexual haya disminuido; aunque consideró que si
la medida fuera obligatoria podría generar sentimientos de ira y obstaculizar
el tratamiento. Al final, la controversia continúa.
Fuente: Conacyt |
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