A través de 300 imágenes y testimonios cortos
del fotorreportero David Bacon, el libro In the fields of the North. En los campos del Norte narra la
realidad de los jornaleros agrícolas mexicanos en EU.
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Saúl Robles poda la vid para las uvas del vino. Fotografía de David Bacon |
Si en los campos
sembrados de fresa o cualquier otro cultivo listo para la pisca hubiera una
cámara escondida, quizá los ojos ajenos a aquella odisea comprenderían lo que
enfrentan tantos migrantes en ese «otro lado» para lograr el sueño americano
que no existe. A cambio, una lente incisiva, insistente y solidaria, empuñada
por el fotorreportero David Bacon, ha seguido durante 20 años, paso a paso,
la vida de quienes lograron cruzar el río Bravo.
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David Bacon |
El resultado es el libro
In the fields of the North. En los campos del Norte, que consta de
300 imágenes acompañadas de pequeños testimonios que devuelven su rostro a
quienes cumplen diariamente arduas jornadas de trabajo bajo el sol y bañados
de la tierra del campo para hacer posible que en los Estados Unidos, la
comida llegue a la mesa.
La obra, coeditada por
El Colegio de la Frontera Norte y la Universidad de California (2017), en
inglés y español, con excelente calidad de impresión, fue premiada en octubre
pasado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) con el
galardón Antonio García Cubas, en
la categoría Mejor Libro de Arte.
Tiene detrás 16 años de
trabajo que comenzaron cuando Bacon tomó la primera cámara digital, aunque su
trayectoria comenzó más de una década antes, documentando movimientos
sociales en Estados Unidos.
En esta ocasión, a pesar
de tener la oportunidad de mostrar sus imágenes a color, defendió la idea de
mantener viva la tradición de los grandes documentalistas que llevaban a cabo
ese trabajo en blanco y negro. Por esa razón la obra se aprecia en claroscuros
negros, grises y blancos.
A decir de la historiadora
Leticia Calderón, especialista en el tema de migrantes, se trata de imágenes
de una potencia y vigor impactante, testimonios de vidas lastimadas por la
explotación extrema y la pobreza, pero con lugar para la ternura: cuevas,
casas móviles, campamentos improvisados debajo de los árboles de una colina,
con lonas detenidas con cintas de nylon, que muestran los rincones donde los
jornaleros se cambian los zapatos desgastados por huaraches y pasan la
tarde-noche, tratando de olvidar un pesado día de trabajo, en el que
arrancaron hierba, cortaron lechugas, piscaron moras azules o fresas, en
campos del tamaño de dos canchas de futbol, envueltos en montones de ropa que
les evita ser quemados por el sol, con un calor de hasta 47 grados y con
nariz y boca tapada para evitar respirar la tierra.
Para David Bacon, el
premio otorgado por el INAH da seriedad y validez a la intención de la obra:
documentar una realidad social.
«No estoy de
acuerdo en que un reportero no pueda participar en los movimientos sociales
porque limita su objetividad –dijo–. Pienso que los periodistas vivimos en un
mundo y no debemos tener miedo de participar en el mundo. Somos trabajadores
como los choferes de camión, aunque nuestro trabajo sea distinto».
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Portada del libro |
«Si pude entrevistar a
los migrantes y dar a conocer sus opiniones, pensamientos y condiciones de
vida en este libro, es porque estoy comprometido con ellos», comentó.
Para Alberto del
Castillo, historiador de la imagen, quien se ha dedicado analizar la
producción de diversos fotorreporteros como Pedro Valtierra y Marco Antonio
Cruz, el libro es importante porque el autor, al rescatar el contexto y
biografías de los migrantes, sacarlos del anonimato y dar a conocer los
hechos de primera mano, encuentra una forma de contrarrestar la oleada de
racismo, del cual no está exento México. «Ayuda a visibilizar un problema»,
precisó.
«David Bacon recupera
rostros concretos, situaciones familiares concretas y las engancha, de manera
prodigiosa, a lo largo de 300 imágenes y diversos testimonios, logrando una
poderosa combinación de la palabra con la imagen», expresó.
«Bacon dice que no sólo
debemos preocuparnos por lo que comemos, sino que cada vez que vayamos al
supermercado y veamos esas cajitas de plástico transparente con moras azules,
frambuesas o fresas que podemos llevarnos a la boca, pensemos en la gente que
las cortó y las empacó y en todo lo que les cuesta realizar ese trabajo»,
concluyó.
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