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miércoles, 14 de febrero de 2018

«El jefe está bien parado aquí en Tláhuac», le advirtieron a Leobardo

Mercado Sobre Ruedas
Realismo Trágico
La nueva forma de asaltar conductores de automóvil por parte de grupos del hampa es colisionando un desvencijado vehículo con el de la víctima, para después fingir que llega el agente de la aseguradora del malandro, quien fijará el monto del golpe en una cantidad que definitivamente no corresponde a la realidad, y si la víctima se niega a pagar entonces llega otro con pistola en mano para amenazarlo.

Fotografía de archivo
Una tarde de la semana pasada, Leobardo conducía su camioneta acompañado de su familia por las calles de la colonia Ampliación Selene en la delegación Tláhuac, cuando de forma repentina se le atravesó un destartalado automóvil Tsuru camuflado de taxi.
De inmediato, Leobardo descendió del vehículo para reclamar al conductor del taxi, a quien acompañaban otros dos individuos, el por qué se le había atravesado luego de haberle indicado que le daba el pase.
El conductor del presunto taxi le indicó que mejor cada quien llamara a su aseguradora, lo que aquel hizo inmediatamente, algo que Leobardo no pudo hacer debido a que no tenía contratado ninguno, debido a la difícil situación económica por la que atravesaba.
En la confusión y exabrupto inicial, Leobardo no se percató que mientras él discutía con el taxista, los acompañantes de éste grababan en video con un teléfono celular no solamente la colisión laminera de las unidades, sino también a su esposa y dos hijos de tres y cinco años.
La primera sorpresa para Leobardo fue que el supuesto representante de la aseguradora del taxista se presentó en el lugar a los cinco minutos, siendo que por lo regular llegan más de media hora después.
Tras de la recopilación de los datos de su asegurado, el individuo aquel pidió a Leobardo que le prestara la tarjeta de circulación nada más para cubrir el expediente, lo que hizo de buena fe.
Acto seguido, el representante del Seguro evaluó el golpe al taxi en 13 mil pesos, lo que encrespó a Leobardo debido a que lo había estimado en no más de mil pesos.
—¿Qué te pasa? ¿De dónde sacas que ese golpe en el destartalado coche vale trece mil pesos? –reclamó.
Como los minutos transcurrían y Leobardo en ningún momento se acobardó, al lugar se presentó otro individuo a bordo de una camioneta de reciente modelo. Aquel sujeto bajó con displicencia del vehículo y así caminó los tres metros que lo separaban del grupo.
Encaró a Leobardo y le dijo:
—Mira cabrón, ya te dijeron que el golpe te sale en trece mil pesos y los vas a pagar.
—No les voy a pagar ni madres porque ese golpe no vale ni mil pesos repararlo –respondió con determinación.
Fue entonces cuando el regordete malandro aquel sacó de entre sus ropas una pistola y se la puso a Leobardo en la cara.
—Mira pendejo, son trece mil pesos los que vas a tener que pagar, ¿cómo le vas a hacer? No sé, pero ya tenemos a tu familia grabada y sabemos en dónde vives…
Mientras le decía eso uno de los secuaces que viajaban con el presunto taxista, le acercó el teléfono celular para que viera el video en el que se veían los acercamientos a los rostros de sus familiares, así como el correspondiente a la tarjeta de circulación y su credencial de elector.
A Leobardo no le quedó ninguna duda, tenían grabada a su mujer e hijos y habían tenido tiempo de constatar dónde vivía y que era el dueño de la camioneta.
Amenazado como estaba, no tuvo más remedio que llamar a su padre desde un teléfono celular que le facilitaron para que le llevara lo más que pudiera de dinero, al lugar donde estaba siendo extorsionado por aquella banda delincuencial.
—Más vale que cooperes cabrón –le advirtió el presunto taxista.
Quince minutos después llegó el papá de Leobardo y le entregó cinco mil pesos.
—Fue todo lo que pude conseguir –dijo contrariado al ver a aquellos individuos y suponer de inmediato de qué se trataba aquello.
A final de cuentas, vivían en la delegación Tláhuac y como cualquier hijo de vecina estaban a merced del hampa.
—Echa los cinco mil –ordenó el tipo regordete que parecía ser el jefe de los malandros–. Consíguete el resto mañana. Te vamos a buscar.
Veinte horas después los hampones se comunicaron con Leobardo a su teléfono celular.
—Qué pasó amigo, ¿ya tienes el resto?
—Ya lo tengo, ¿a dónde los veo? –Dijo Leobardo.
—No te molestes amigo –le pidió el tipo aquel–, nosotros vamos a pasar a tu casa ahorita, de hecho estamos en la esquina.
Leobardo salió inmediatamente a la calle y, sí, venían hacia él cuatro individuos a bordo de una camioneta distinta a la que había visto un día antes, como la que tripulaba el sujeto regordete con pinta de líder de los malhechores.
Al tenerlos enfrente se acercó a la ventanilla del acompañante como para evitar que aquellos se fueran a bajar del vehículo, sin mediar palabra les entregó el fajo de billetes de ocho mil pesos.
Antes de retirarse, el individuo que conducía la camioneta, a quien identificó como uno de los acompañantes del taxista y quien por cierto había grabado en video a su familia, le dijo sarcástico.
—Y ni la vayas a hacer de pedo, compadre, porque el jefe está muy bien parado aquí en Tláhuac…
Leobardo no dijo nada, lo que quería era que aquella pesadilla terminara.
—Ya andamos por aquí en Tláhuac, así que ponte abusado por dónde caminas, pa’que no te vayas a caer –remató el tipo que le había recibido el dinero.
Apenas se fueron, Leobardo entró a su casa y ante la mirada de temor y desconcierto de su mujer simplemente le dijo:
—Ya estuvo.

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